La DANA en Valencia dejó una lección incontestable: ante fenómenos climáticos extremos, la máxima prioridad debe ser proteger a la población. La intensidad y frecuencia de estos eventos exige un replanteamiento inmediato de la gestión del riesgo de inundaciones. La seguridad de las personas no puede depender de respuestas improvisadas, sino de estrategias basadas en el conocimiento científico.
Las inundaciones suponen un riesgo directo para la vida y la salud de las personas, pero también tienen efectos indirectos devastadores. Cuando fallan los servicios esenciales, como el suministro eléctrico o el acceso a agua potable, las comunidades se enfrentan a situaciones de alta vulnerabilidad. Durante la reciente emergencia, muchas zonas quedaron incomunicadas y sin recursos básicos, lo que demuestra que la protección de la población no puede quedar en un segundo plano.
Frente a esto, existen dos tipos de medidas esenciales para minimizar estos riesgos: las medidas estructurales y las medidas no estructurales. Las medidas estructurales consisten en regular las cuencas para reducir el impacto de las inundaciones. Por ejemplo, las presas desempeñan un papel crucial en la gestión del agua durante las lluvias torrenciales. Estas infraestructuras permiten controlar el flujo de los ríos, ya que almacenan grandes volúmenes de agua que van liberando gradualmente, lo que evita desbordamientos aguas abajo.
El encauzamiento de ríos es otra herramienta fundamental. Al canalizar el agua de manera segura lejos de áreas urbanas densamente pobladas, se reduce significativamente el riesgo de que se produzcan daños. Sin embargo, estas intervenciones deben planificarse cuidadosamente para evitar impactos ambientales negativos y garantizar que cumplan su función sin perjudicar otros ecosistemas. Para ello, es necesario que la ciencia y la ingeniería trabajen juntas para diseñar soluciones sostenibles y eficaces. Se trata de una tarea interdisciplinaria, ya que el problema es complejo.
La reciente DANA en Valencia dejó una lección incontestable: ante fenómenos climáticos extremos, la máxima prioridad debe ser proteger a la población
Por otro lado, las medidas no estructurales no son menos importantes. Estas incluyen planes de emergencia bien diseñados, sistemas de alerta temprana y la educación de la población. Un plan de emergencia debe detallar las rutas de evacuación, los puntos seguros y los procedimientos de actuación en caso de inundación. La preparación salva vidas, pero solo es efectiva si las personas saben cómo actuar y confían en las instituciones que gestionan la crisis.
Los sistemas de alerta temprana son fundamentales para ganar tiempo en situaciones críticas. Hay que invertir en mejorar las tecnologías avanzadas que permitan predecir inundaciones con mayor precisión. La información debe llegar rápidamente a la población a través de canales fiables y accesibles para evitar el caos y la desinformación que suelen acompañar a estos eventos.
La planificación territorial también forma parte de las medidas no estructurales. Debemos ser más estrictos a la hora de evitar construcciones en zonas de alto riesgo y priorizar el desarrollo urbano en áreas menos vulnerables. Además, la recuperación de espacios naturales puede actuar como barrera de protección frente a inundaciones, tanto para las personas como para el medio ambiente. No obstante, es necesario tener en cuenta que determinadas medidas solo son adecuadas para un volumen determinado de precipitaciones. Para precipitaciones extraordinarias, son necesarias medidas de protección estructurales.
No obstante, ninguna medida, ya sea estructural o no, será suficiente sin una adecuada coordinación entre instituciones y comunidades. La gestión del riesgo de inundación debe ser un esfuerzo conjunto en el que participen gobiernos, científicos, ingenieros y ciudadanos. La reciente DANA mostró que la falta de preparación no solo agrava el impacto, sino que también debilita la confianza de la población en las autoridades.
La recuperación tras una emergencia debe centrarse en reforzar las infraestructuras y estrategias existentes. Reconstruir mejor no es solo un eslogan, sino una necesidad. Cada inundación nos enseña algo nuevo sobre cómo proteger mejor a la población. No podemos ignorar la responsabilidad de aplicar estas lecciones.
En Valencia, hemos visto hasta dónde llega nuestra preparación frente a fenómenos extremos. Ahora es el momento de pasar a la acción. La inversión en presas, encauzamientos y planes de emergencia no solo protege las infraestructuras, sino que salva vidas. Ignorar esta realidad pone en peligro a quienes más dependen de un sistema resiliente y preparado.
La protección de la población no puede ser un objetivo secundario. Es el núcleo de cualquier estrategia de gestión de riesgos. Como científicos, tenemos el deber de ofrecer soluciones basadas en evidencias, y como sociedad, la responsabilidad de exigir que se implementen. La próxima DANA llegará, pero la manera en que nos encuentre preparados marcará la diferencia entre un desastre y una respuesta ejemplar.