En Yellowknife, una comunidad con 20.000 habitantes al norte de Canadá, aún no había casos confirmados de COVID-19 en diciembre de 2020, pero las autoridades locales ya tenían información sobre la presencia del virus en su territorio. ¿Cómo lo sabían si nadie se había hecho una prueba clínica? Los datos provinieron del lugar menos esperado: las aguas desechadas desde las casas.
Cuando las personas infectadas van al baño expulsan a través de las heces fragmentos del SARS-CoV-2, virus que causa la enfermedad de la COVID-19, y el material genético del microorganismo viaja a través de las aguas residuales. Allí se recogen las muestras que luego se analizan en un laboratorio con una prueba PCR (RT-qPCR) para confirmar la carga viral. Las pruebas son tan sensibles que el virus se puede detectar aun cuando las heces se diluyen con agua fluvial o efluentes industriales. Mira este vídeo para saber más sobre cómo funciona el proceso.
Gracias a esa alerta temprana, los responsables del área de salud del poblado canadiense pudieron hacer una evaluación rápida de la situación y tuvieron el tiempo suficiente para reaccionar. Se comunicaron con las 1.500 personas que habían viajado al lugar durante los días previos al hallazgo y las invitaron a hacerse una prueba clínica. También lo hicieron con todos aquellos que presentaban síntomas. Se identificaron cinco casos, aumentaron los días de aislamiento para los infectados y pusieron en cuarentena a sus contactos. Así, se evitó la propagación sostenida del virus.
Un lente para América Latina y el Caribe
Como Canadá, 58 países están usando la epidemiología basada en aguas residuales para luchar contra la propagación de la COVID-19. Si bien hay más de 3.000 sitios de pruebas en todo el mundo, la mayoría de estos sitios (85%) está en los países más ricos, principalmente en Europa. Apenas ocho países de ingresos medianos-bajos están utilizando este método y la lista no incluye ningún país de ingresos bajos, aun cuando son estos los que más podrían beneficiarse.
Desarrollar planes nacionales de vigilancia temprana mediante aguas residuales ayudaría a afrontar la pandemia en América Latina y el Caribe, una región con más de una cuarta parte de los casos de COVID-19 en el mundo y en la que la lista de fallecidos suma más de 1,5 millones de personas.
Algunos países de la región, como Brasil, Argentina, Perú, Uruguay y México ya han dado pasos para usar este enfoque epidemiológico. El Banco Mundial está apoyando un programa de vigilancia mediante aguas residuales en Guayaquil, Ecuador, una de las primeras ciudades de la región que sufrió los embates de la COVID-19.
En alianza con la autoridad municipal de agua y saneamiento (EP- EMAPAG) y la Universidad Superior Politécnica del Litoral se están tomando muestras en 12 puntos de la ciudad. La información es enviada al Comité de Operaciones de Emergencia Cantonal para que se puedan tomar medidas de acuerdo a la situación.
El trabajo conjunto entre diferentes actores es uno de los principales retos para promover este enfoque de vigilancia.
“Implementar esta tecnología requiere de la participación de diversos sectores que usualmente no trabajan juntos, como el sector agua y el sector salud, así como del ejecutivo”, destaca la Dra. Mariana Matus, directora ejecutiva de Biobots Analitycs, que lidera el monitoreo de aguas residuales en Estados Unidos. Matus también hace énfasis en la importancia de la participación del sector privado para acelerar la creación de estos programas en todo el mundo.
Inequidad en la detección y monitoreo de la COVID-19
Desde sus inicios, la COVID-19 ha sido difícil de detectar, pues muchos pacientes son asintomáticos, y de diagnosticar, ya que los diagnósticos individuales son costosos y mantener una infraestructura de diagnóstico se dificulta a medida que aumentan los casos. También ha sido difícil de controlar, debido a que las variantes son cada vez más transmisibles.
Además, la enfermedad no se ha monitoreado de manera equitativa: ha habido inequidad en la detección de casos, en el control y tratamiento, especialmente en asentamientos informales y para los grupos que no tienen fácil acceso a servicios de salud, sobre todo en los países de bajo y mediano ingreso.
De acuerdo con un nuevo informe del Banco Mundial, las pruebas de aguas residuales son clave para regiones como América Latina y el Caribe debido a que:
Generan una alerta temprana y ofrecen una mirada amplia sobre la presencia del virus, cuyo rastro puede seguirse antes de que las personas presenten síntomas o incluso si son asintomáticas.
Incluyen a todos los miembros de una comunidad, desde un edificio, hasta un barrio o una ciudad entera. Se pueden diseñar estudios específicos en zonas más vulnerables, donde el riesgo de la COVID-19 sea mayor o donde las personas no tengan mayor acceso a pruebas clínicas. Las muestras pueden ser tomadas en cualquier lugar donde fluyan las aguas residuales, por ejemplo, en grandes ciudades con sistemas de alcantarillados y plantas de tratamiento o en zonas donde solo existen soluciones individuales de saneamiento y zanjas abiertas.
Apoyan el control mediante la identificación rápida de brotes y oleadas, lo cual es muy importante ante el surgimiento de nuevas variantes.
Permiten una vigilancia sostenible como complemento de las pruebas clínicas: las pruebas de aguas residuales requieren menos suministros y recursos humanos que las pruebas clínicas; por lo tanto, son económicamente más accesibles. Además, el costo total de las pruebas clínicas aumenta considerablemente durante los picos y oleadas, mientras que el costo de las pruebas en aguas residuales permanece constante generalmente.
En la presentación del informe, Douglas Manuel, profesor de la Universidad de Otawa, señaló que apenas se está viendo el uso de las aguas residuales como enfoque de vigilancia.
“Existen más de 40 infecciones biológicas que pueden ser identificadas en aguas residuales. En todo el mundo se está trabajando rápidamente con el virus de influenza o RSV (virus sincicial respiratorio), sabiendo que estos también van a ser desafíos importantes”, dijo Manuel.
“Estas pruebas abren una ventana a la salud de la comunidad, no solo de los seres humanos, sino de los animales y del medio ambiente”, agregó.
Así, más allá de la COVID-19, el análisis de las aguas residuales, que se ha empleado antes para detectar poliomielitis y resistencia a los antimicrobianos, puede hacer la diferencia a la hora de afrontar amenazas futuras a la salud pública. En esto también radica el valor de tomar nota cuando las aguas que corren bajo nuestros pies hablan.