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La sequía en Baleares

Sobre el blog

Juan Mateo Horrach Torrens
Ingeniero Industrial por la ETSEIB, UPC. M.B.A. por IESE. Ingeniero Industrial del Servicio de Residuos del Consell de Mallorca en excedencia. Consultor profesional independiente en ciclo del agua, residuos y energía.
  • sequía Baleares

En estos últimos días se ha hablado mucho del problema del agua en Baleares, con una creciente sequía que se cierne sobre las islas, aunque ya el año pasado Ibiza sufrió intensamente la escasez del agua en verano.

Hablar de sequía en Baleares y extrañarse de ello es como hacerlo de que en verano hace calor. Naturalmente que aparece la sequía. Es propio del clima que disfrutamos. Así ha sido durante toda la historia. Lo grave no es la sequía, sino la extrañeza e improvisación que mostramos cuando aparece. Es algo previsible, y a lo que deberíamos estar preparados, de la misma forma que por ejemplo en Canadá están preparados para la nieve.

Antes de la llegada del turismo, las islas vivían en un relativo equilibrio hídrico, pero esto hace mucho tiempo que se acabó, porque las estancias turísticas, medidas como número de pernoctaciones, que es lo que realmente cuenta a la hora de medir el impacto que generan los turistas, representan en Mallorca más del 25% de la población residente, medidas en términos anuales, con puntas en verano, que es cuando la demanda de agua es más elevada, del 100%. Menorca supera a Mallorca en ambos porcentajes. En Ibiza todavía es más acusada la presión, con un 40% en términos anuales y puntas del 300%. Formentera ya ni les cuento. Así, no hay equilibrio natural que valga, y se hace necesario complementar los recursos naturales. En los años 90 del siglo pasado, en uno de los periódicos episodios de sequía, se inició el proceso de construcción de las desaladoras. No obstante, antes hubo el controvertido y esperpéntico proceso conocido como “operación barco”, que todavía pagamos, consistente en traer agua procedente del Ebro mediante barco petrolero reconvertido.

El último episodio serio de sequía ocurrió en el 2000-2001. En esos momentos, en Mallorca se recurrió a desaladoras móviles, a ampliar la capacidad de la desaladora de bahía de Palma hasta 22 Hm3/año, se proyectó una interconexión para poder alcanzar todos los municipios, se materializó el proyecto de Sa Costera y se licitaron por el Ministerio las desaladoras de Alcúdia y Andratx, de 3,5 Hm3/año cada una. Esta última poco afortunada en su ubicación, ya que las mayores necesidades se encontraban, y todavía se encuentran, en la zona de Santanyí, Felanitx y Campos.

En Menorca se licitó la desaladora de Ciutadella, de 3,5 Hm3/año con una proyección a futuro de conexión hasta Maó, o bien una segunda desaladora en Maó.

En Ibiza se fue más allá, mediante la mejora de la planta de Ibiza, aumentando su capacidad a 3,5 Hm3/año, se mejoró la planta de Sant Antoni, dándole la potencia suficiente y ampliando su capacidad hasta 4 Hm3/año, y se aprobó por el ministerio de medio ambiente la construcción de la planta de Santa Eularia, inicialmente prevista para 3,5 Hm3/año, y ampliada durante su construcción hasta 5 Hm3/año. Además de lo anterior, se diseñó un anillo que debía intercomunicar las tres plantas, para permitir la optimización del suministro a toda la isla.

En Formentera también se remodeló y amplió la desaladora que había sido instalada en los 90, hasta una capacidad de 1 Hm3/año.

El plan previsto proponía que las desaladoras funcionaran todo el año, con el fin de recuperar de la sobreexplotación que habían soportado los acuíferos durante muchos años, y al mismo tiempo optimizar los costes completos de producción del agua desalada, a los efectos de que supusieran el menor impacto económico. Conviene en este punto aclarar que una desaladora requiere un mantenimiento permanente, tanto si se utiliza como si no. Lo mismo ocurre con la amortización técnica, que en parte se da tanto si funciona como si no lo hace. No es una instalación prevista y pensada para funcionar intermitentemente, como parece que se quiere dar a entender habitualmente.

Las tramitaciones y diferentes enredos retrasaron los proyectos. Ibiza y Sant Antoni no quedaron operativas al 100% hasta 2010, mientras que Santa Eularia, Ciutadella y Andratx no han llegado a ponerse en marcha por falta de acuerdo en la financiación del agua producida, mientras que Alcudia languidece funcionando muy por debajo de su capacidad. El anillo que debe intercomunicar las tres plantas de Ibiza también está pendiente de finalizar, aunque se encuentra muy avanzado, y parece que se han puesto a ello.

Además de lo anterior, también merece la pena comentar el saneamiento del agua. El parón general llevado a cabo por la administración en materia de inversiones en depuración en los últimos años, ha supuesto un grave paso atrás. Las aguas depuradas no pueden ser aprovechadas en muchos casos para usos secundarios sustituyendo extracciones de agua de primera calidad, y se evacuan al mar o a torrentes, con un grado de contaminación superior al permitido por la vigente normativa de vertido.

Sin embargo, como la sequía disminuyó y por tanto la disponibilidad de agua subterránea aumentó aparentemente, dejó de ser una prioridad resolver el problema, y como el agua extraída de pozos tiene un coste directo menor, se dejó de producir agua desalada. En efecto, se pasó de producir más de 25 Hm3 en 2.005 a menos de 8 Hm3 en 2.010. Ello supuso mayores extracciones de pozos, que volvieron a sobreexplotar los acuíferos. La gestión del agua, principalmente desde 2.008, ha sido a corto plazo y con criterios puramente economicistas, que no económicos. Grave error.

Primero, porque la situación hídrica de las islas no se arregla tan fácilmente, con unos pocos años de bonanza hídrica. Son demasiados años de extracciones a mansalva, que han provocado una salinización de los acuíferos tremenda. La recuperación requeriría una parada total de las extracciones en zonas salinizadas por mucho tiempo, para recuperarse adecuadamente del tremendo stress al que las han sometido durante décadas, para pasar luego a una extracción controlada, que no superara los límites razonables.

Segundo, y no menos importante en términos de efectos reales, como que los precios no aumentan porque se mantiene el mismo esquema de suministro orientado a la oferta al menor precio, a base en buena parte de extracciones de agua subterránea crecientemente salinizada, la asignación de un recurso escaso se hace de forma irracional, y la población en su conjunto no percibe el problema.

Se hace necesario por tanto poner a funcionar todos los recursos alternativos disponibles, sustituyendo extracciones, aplicando precios progresivamente más altos, en tarifas escalonadas que permitan por una parte mantener un precio asequible para los consumos normales, y por otra, escalones crecientemente elevados para compensar el coste total del recurso, internalizando todos los costes, según establece la Directiva Marco del Agua, y aplicando criterios de gestión de la demanda. También es preciso activar y racionalizar las inversiones, dando prioridad a las más necesarias, aplicando criterios de análisis coste-beneficio.

Existe además un grave problema añadido. La gestión del agua no se ve en su conjunto, a través de un ente único. Hay demasiados agentes intervinientes en el problema, a veces con intereses contrapuestos. Ayuntamientos, Govern, Abaqua, Ministerio de medio ambiente, Consells, entidades privadas, Consejo del Agua…Esto es nefasto para llevar a cabo una buena gestión del recurso.

Como se puede ver, no estamos hablando de nada revolucionario. Simplemente aplicar el sentido común, la racionalidad económica, la planificación a medio y largo plazo y la tecnología disponible, para redundar en una mejora global a medio y largo plazo, beneficiosa para todos, y que evite los sobresaltos que periódicamente acontecen, cada vez que tenemos un año seco.

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