La innovación es algo peligroso para quien se resiste a los cambios, como los cambios tecnológico y social, que provocan los adelantos acumulados en las últimas décadas y, especialmente, la digitalización.
Pero los cambios disruptivos son claves ante una crisis geopolítica, donde los actores predominantes tratan de conservar su posición frente a otros emergentes, en pugna por un pastel de recursos que incluye los hídricos con otras materias primas, así como otros tecnológicos o, incluso, los demográficos.
El gran reto de la humanidad no es el cambio climático, sino pilotar el mayor cambio global conocido, que el conocimiento —reforzado artificialmente— está produciendo y acelerará. Así, la mayor conciencia medioambiental sería solo una parte del impacto global, fruto del avance de ese conocimiento y, este, con sus aportaciones a la eficiencia y la sostenibilidad, el mejor contribuyente también a su solución.
En cualquier punto de un proceso hay espacio para que una inteligencia artificial (IA) aprenda y ayude a entender mejor cómo funciona, gobernarlo y, en definitiva, mejorarlo. Esto es ya una realidad, incluso donde predominen los escépticos. Y no podemos ignorarlo en sectores críticos, como es el del agua, excesivamente sensibles al impacto que pueda provocar cualquier novedad.
Los profesionales del agua planifican, controlan, operan y mantienen el servicio, garantizando en todo momento el suministro de agua de calidad, su evacuación y el posterior tratamiento. Saben que su trabajo requiere un conocimiento técnico muy específico, y que su esfuerzo garantiza el bienestar de las personas. A pesar de ser expertos multidisciplinares, son raros quienes han desarrollado capacidades para aplicar o prescribir las últimas tecnologías, o están habituados a la innovación. Y creo que a muchos se les hace difícil ver todas las posibilidades que la digitalización tiene para mejorar sus servicios.
Creo que a muchos profesionales se les hace difícil ver todas las posibilidades que la digitalización tiene para mejorar sus servicios
Esto se aprecia en los resúmenes públicos de las propuestas a la primera convocatoria del PERTE de digitalización del ciclo urbano del agua. Mayoritariamente, las actuaciones deberían tener carácter demostrador, convenciendo de las bondades de la digitalización, y también para invitar a compartir y colaborar. Por ese componente de innovación solicitado, cabía esperar que no fuesen tan numerosas. Su proliferación indica una avidez clara por la financiación, pero su contenido en muchos casos creo que no refleja la misma inquietud por evolucionar.
En tanto, las innovaciones no han cesado. En dos o tres años los avances se suceden, hibridándose, superponiéndose, generando nuevas soluciones y tecnologías. Tanto que el observador atento ya detecta, por la prisa de algunos vendedores en colocar sus soluciones, que están quedando atrasadas, aunque fuesen innovadoras hace muy poco. También es difícil mantenerse al día de los avances. Decidir sobre el uso de una u otra alternativa novedosa es casi tan complicado como las decisiones a tomar durante su creación. Por ello, hay que, además de vencer al miedo, reciclarse profesionalmente.
Innovar no es solo plantear ideas alternativas, es verificar que responden a necesidades, materializarlas, afinarlas de forma crítica, buscar cómplices, probarlas y demostrar su utilidad, gestionando las resistencias y aprendiendo durante el proceso.
Digitalizar un proceso no es solo incorporar medios electrónicos, sino definir los requisitos y la ruta para automatizarlo, con herramientas para medir, validar y tomar decisiones autónomas; y, finalmente, materializar el resultado sobre esa instalación concreta. Digitalizar es un proceso de innovación que va a generar una escala de cambio nunca antes vista, por su volumen y rapidez.
La transición digital es una parte fundamental del gran cambio global que llega. Vienen tiempos de incertidumbre, pero apasionantes. Difíciles, pero en los que «reforzaremos» nuestro conocimiento.