La sequía meteorológica que hemos vivido los últimos tres años, ha planteado incógnitas sobre la evolución climática de nuestro país, de zona de templada a subsahariana.
En el corto y medio plazo, no lo creo. La evolución de la pluviometría indica una suave tendencia descendiente que no explica los escenarios dramáticos que hemos vivido hasta que las recientes lluvias han aliviado la situación.
La pluviometría media actual de Cataluña es de 660 mm, es decir, 660 litros por metro cuadrado. En consecuencia, sobre los 32.000 km² de superficie del territorio en un año medio caen 21.000 Hm3 de agua, o sea 21 millones de metros cúbicos. Un mar.
Esa agua cae desigualmente repartida en el tiempo y en el espacio. Y un 80% regresa a la atmósfera en poco tiempo, ya sea por evaporación directa del suelo o por la transpiración vegetal. Dicho de otro modo, el agua que circula por ríos y torrentes y en parte se infiltra en los acuíferos en un año medio es del orden de 4.000 Hm³.
Por su superficie, la mitad aproximada corresponde a las cuencas internas y el resto a las aportaciones del Segre y sus afluentes catalanes. A esas aportaciones hay que añadir el agua que llega del Ebro aguas arriba del Segre: un mínimo de 6.000 Hm³ anuales en un año medio.
Es decir, en un año medio, por Cataluña circulan 10.000 Hm³ de agua. De esos, la actividad aprovecha 3.200 Hm³.
Los que están bien medidos son 620 que corresponden a usos urbanos y 300 a usos industriales específicos. Los regadíos suponen 2.280 Hm³ adicionales si consideramos los volúmenes concedidos, aunque en muchos de ellos no se dispone de instrumentos de medición de los consumos reales.
Esos datos, aunque conocidos por los especialistas y las instituciones del sector del agua, merecen una reflexión específica de la que nunca han gozado.
La apariencia, 10.000 Hm³ de los que se aprovechan 3.200 es la de un equilibrio con importantes márgenes de garantía. No obstante, la realidad es muy diversa por distintos motivos.
En primer lugar, hay que destacar que la aportación externa del Ebro es una vez y media la del agua aprovechable que llueve en el territorio catalán. Esa realidad sugiere la comparación con Egipto, ese sí, un país árido cuya riqueza hidrológica proviene de más allá de su territorio. En Egipto, el Nilo es el eje económico. En Cataluña, su equivalente es una realidad marginal y con frecuencia conflictiva que perjudica a todos: un despropósito empobrecedor.
En segundo lugar, el desequilibrio interno de las aguas específicamente aportadas en el territorio catalán y los usos a que se destinan, preferentemente urbanos e industriales en las cuencas internas, y agroganaderos en la parte catalana del Ebro. El último episodio de sequía meteorológica que hemos sufrido ha igualado la ansiedad, la precariedad del suministro y las pérdidas económicas en todos los sectores, lo que ha alumbrado una nueva conciencia de la necesidad de cambiar los conceptos tradicionales que han separado la concepción urbana y la agraria en relación al agua, y ha planteado la conveniencia de colaborar entre los sectores.
La irregularidad temporal de las lluvias es un hecho y también la tendencia al aumento de esa irregularidad con períodos secos prolongados y episodios de lluvias torrenciales. El aumento térmico reduce la proporción de nieve y aumenta la evapotranspiración.
El aumento de la masa forestal reduce significativamente la disponibilidad de agua, mientras que el aumento de población exige mayor dotación de agua urbana. Significativamente, la ineficiencia en grandes extensiones de regadío limita la productividad del campo y consume grandes cantidades de agua. Un marciano que nos observara no comprendería los conflictos y las penalidades autoinflingidas por la falta de visión global y de colaboración entre los intereses en juego, y por la miopía y falta de liderazgo de las instituciones responsables.