El agua del grifo es la noble y a la vez humilde heredera de una larga tradición en la que convergen las necesidades básicas de la vida y la evolución del progreso material y cultural de la sociedad.
Se puede recordar que las grandes civilizaciones han diversificado las actuaciones tendentes a disponer de agua abundante y de calidad, como fue el caso del imperio romano o el que resultó de la expansión árabe, en los que florecieron las prácticas higiénicas y la jardinería. A su vez, la decadencia social está asociada a pérdida de relación con el agua.
Lo evocaba a su manera Manuel Jiménez de Parga, granadino que presidió el Tribunal Constitucional en los albores del siglo XXI cuando, allá por el año 2003 dijo que mientras en Andalucía y Granada, hace mil años, tenían docenas de surtidores de agua de distintos colores y olores, en las llamadas comunidades históricas ni siquiera sabían asearse los fines de semana. Árabes y cristianos eran, entonces, la expresión antitética de la relación con el agua, hecho que se agravó con la definitiva expulsión de los moriscos y la pérdida definitiva de esa raíz cultural.
Y es que el agua, la que hasta hace pocos años se llamaba el agua corriente, ha sido esencial, según épocas o civilizaciones.
Hay que tener cuidado con el lenguaje pues a veces da lugar a equívocos por doble significado o deslizamiento semántico: agua corriente no significa agua vulgar o del montón; significa agua que fluye, que corre. Y es bien conocido de antiguo que el agua que corre es, porque se renueva y oxigena, más confiable que el agua quieta o encharcada.
El crecimiento urbano incorporó el agua corriente a los servicios urbanos: fuentes, lavaderos y abrevaderos fueron progresos que trajeron comodidad y salud. El paso definitivo se dio cuando a finales del siglo XIX se añadió la desinfección. Así se evitaron las infecciones de transmisión hídrica que periódicamente castigaban la población, que eran la principal fuente de morbilidad y mortalidad en los entornos urbanos. Otros progresos técnicos configuraron definitivamente nuestros abastecimientos de agua; en especial, el suministro domiciliario, los grifos y los contadores.
En el progreso sanitario, la desinfección por cloración ha tenido un protagonismo destacado que ha salvado millones de vidas.
De las propiedades salutíferas del agua deriva otro tipo de relación social, con las aguas termales y mineromedicinales. También desarrollada en el seno de las grandes civilizaciones, como lo muestran las termas romanas o los hammam árabes y turcos, esas aguas fueron usadas en diversas formas, como el baño o la toma bajo prescripción para aliviar determinados achaques. En la Edad Moderna renació el uso de estas aguas y el interés de su estudio desde el punto de vista científico. A finales del siglo XIX los medios de transporte permitieron el inicio del turismo de las gentes acomodadas y se pusieron de moda los balnearios. Los progresos científicos permitieron distintas formas de publicidad asociadas con mayor o menor fundamento a la composición de las aguas. Por ejemplo, es curioso que cien años atrás se publicitaba en letras de molde el carácter radiactivo de algunas de ellas.
Muchos de esos manantiales empezaron a embotellar sus aguas. Ello permitía extender su uso a grupos sociales que no estaban en condiciones de visitar los balnearios. Así se abrió un mercado urbano que prosperó en paralelo a la extensión del agua domiciliaria. Era un mercado en el que el agua se vendía a litros, mientras el del agua corriente, ayudado por las necesidades objetivas de la salud pública, empezó a facturar por metros cúbicos.
El prestigio del origen extendió ese mercado a otras aguas que, simplemente se pueden llamar aguas de manantial o aguas embotelladas sin conexión alguna con las eventuales propiedades medicinales de algunas de ellas. El Real Decreto 1074/2002 clasifica las aguas de bebida envasadas en cuatro grupos: aguas minerales, de manantial, preparadas y de consumo público envasadas. Por su nombre se ve cómo el mercado inicial del agua mineral se ha estirado.
El agua embotellada es el producto líder de las bebidas no alcohólicas. Supone más del 50% del consumo en España por delante del café, el té, los refrescos o los zumos, según refleja su patronal. La media por habitante y año está en unos 134 litros, solo por detrás de Italia, Alemania y Portugal y un 28% por encima de la media europea que se sitúa en 104 litros [1]. Su valor de mercado se estimó en 1.100 millones de euros para 2017 y con tendencia al alza [2].
La iniciativa legislativa del gobierno ha puesto en relación estos dos ámbitos mediante dos medidas: la obligación de los establecimientos abiertos al público de poner gratuitamente a disposición de sus clientes el agua potable de la red de abastecimiento –cosa que en muchos de ellos ya se viene haciendo, ya sea por iniciativa propia o a petición del cliente-, y la prohibición de las pajitas de un solo uso, asociadas en general a las bebidas envasadas.
La expansión del mercado de las aguas envasadas se abrió paso gracias a una publicidad que ensalzaba sus cualidades relacionadas con la tradición salutífera asociada y obviando sus inconvenientes como su precio, el acarreo a peso desde el supermercado o los residuos que generan. El nuevo marco deberá ir acompañado de explicaciones pendientes en relación con las garantías del agua potable, las ventajas de tenerla en casa y su precio, centenares de veces más bajo. Complementariamente, en algunas localidades deberá asegurarse su mejor sabor lo que en algunos casos pasa por afinar el tratamiento y en otros por proteger mejor las captaciones.
Más allá de la batalla legislativa iniciada, el mensaje y las obras son los que ganaran la batalla. Sin olvidar aspectos esenciales de los que apenas se habla: las captaciones de aguas minerales (que por eso se llaman así) están protegidas por la ley de Minas. Esa es una discriminación manifiesta que algún día deberá ser corregida para proteger igualmente las aguas públicas.
[1] Eldiario.es
[2] Aguas envasadas. Mercado en expansión. Ángel Marqués. Distribución y consumo 50. 2017, vol. 5. Las estimaciones más recientes dimensionan el mercado en 1.200 M€.