Financiación del ciclo del agua (1)

Hemos conocido dos sequías importantes, la financiera de 2008, que se prolongó hasta 2012 (y sus consecuencias todavía duran) y la hídrica que en muchas zonas españolas ya va por el tercer año (y cuyas consecuencias también van a ser duraderas).

Como es habitual en mi blog, me referiré a lo que mejor conozco, que es Catalunya, aunque sin duda habrá muchos aspectos en los que se van a reconocer otros territorios ibéricos.

La crisis financiera supuso un freno en todos los ámbitos. En relación al agua, también se frenaros las inversiones previstas. El grado de ejecución de los planes hidrológicos en el segundo y tercer ciclo de planificación fue muy bajo. Otra cosa hubiera sido la resiliencia a la sequía si nos hubiera alcanzado mejor equipados.

No obstante, y con ser cierto el bache de esos años, la desinversión viene de antes y no sólo en el ámbito del agua urbana. Aquí hubo inversión nueva mientras el crecimiento urbanístico comportó el crecimiento paralelo de los sistemas de abastecimiento urbano; también hubo inversión cuando se construyeron los sistemas de saneamiento de aguas residuales, muchos de ellos financiados con Fondos de Cohesión. Pero no es frecuente encontrar sistemas de abastecimiento que hicieran una adecuada reposición y mejora de activos, y menos que esos costes se trasladaran a las tarifas. Las tarifas han seguido la pauta ya iniciada hace 60 años, referidas (y no siempre) esencialmente al IPC y sin ninguna consideración a las necesidades objetivas de un abastecimiento moderno en relación al abonado, ni eficiente en relación al recurso agua.

En el ámbito agrario, la situación es parecida. Las inversiones han venido de la mano de la escasez de agua y de la mayor eficiencia que en algunos lugares ha permitido segundas y terceras cosechas en productos de ciclo corto. Pero la ineficiencia todavía abunda.

Eso ha venido ahora, con la segunda crisis, la sequía. En el mundo urbano las voces predominantes que se oyen son las de los operadores, y muy especialmente los operadores privados, pues es sabido que las obras son muy importantes para ellos y un complemento esencial de la simple explotación del servicio. En el mundo agrario se multiplica la demanda de riego tecnificado y de acceso a nuevos recursos como el agua regenerada.

En todo caso, es cierto que hay que invertir, en obra nueva y en renovación de lo existente. En abastecimiento, en saneamiento, en prevención de inundaciones, en regadío eficiente y, en definitiva, en mejorar la garantía de disponibilidad de agua para todos los usos.

Se han redactado numerosos planes orientados a identificar y cuantificar esas inversiones. Entre ellos quiero destacar el que en Catalunya ha efectuado el Observatorio Intercolegial del Agua (OIA) al que ya me referí en su momento[1], cuyo trabajo preliminar ha sido presentado recientemente a las autoridades y en público.

Ese y otros estudios, hablan de centenares de millones de inversión en el corto plazo y millares en el medio plazo. Algunos se refieren exclusivamente al agua urbana y otros como el del OIA tienen una mayor ambición y aspiran a presentar una perspectiva que incluye el agua urbana, agrícola, industrial, y la ecosistémica.

Son, inevitablemente, estudios de parte, es decir estudios de profesionales del sector agua. La cuestión que se plantea en ese momento es doble: puesto que la disponibilidad de agua con garantía es un factor de implantación de actividad y población, ¿cómo interpretar esos datos en términos de un análisis coste beneficio de ámbito territorial que permita orientar de forma eficiente las inversiones en agua? Por otra parte, hoy sabemos que el primer y mayor usuario del agua de lluvia es el bosque, que en condiciones normales se queda con dos tercios del agua que llueve, y cuyo crecimiento se queda, en promedio, con 4.500 m3/ha anuales de agua[2]. En los bosques de montaña, el agua absorbida por el bosque puede duplicar el ratio medio indicado.

Los ciudadanos urbanos tenemos una relación mágica con el bosque: es el contrapunto de la ciudad donde, por desgracia, el verde no abunda. En los últimos años han proliferado los estudios que muestran el avance del bosque en España como consecuencia del abandono agrario y del propio aprovechamiento tradicional del bosque a causa de la sustitución de la leña por la energía fósil de carbón, petróleo y gas.[3]

Buena parte de nuestros bosques crecen sin aprovechamiento útil y se quedan con proporciones crecientes de agua hasta que un día arden, pues no hay rentabilidad privada en su explotación ni interés público en su conservación. Los bosques de calidad hay que cuidarlos, preservarlos y en todo caso explotarlos racionalmente. Pero abundan los bosques ralos, con matorral y árbol joven que crece sin cuidado alguno, como crecen los cañaverales en nuestros ríos y torrentes. La pérdida de caudal de nuestros ríos no se explica sólo ni principalmente por la menor pluviometría ni por el mayor consumo, ni por las pérdidas en redes. Está bien asegurar la garantía con nuevos recursos de agua, pero no basta.

Riesgos de incendio o de colmatación de cauces, y consumo inútil de agua. Me pregunto si un plan orientado en esa dirección podría liberar agua para otros usos a un coste por Hm3 recuperado que fuera comparable o inferior a los de los planes estrictamente orientados a infraestructuras hidráulicas. Un plan territorial de impulso a la fotovoltaica podría dar utilidad pública y privada a esos territorios marginales hoy abandonados, que hoy suponen riesgo, consumo de agua y coste público.

En el Alto Ter, el crecimiento del bosque ya tiene un consumo comparable al del agua trasvasada al Área Metropolitana de Barcelona. En la dinámica de crecimiento del primero y de reducción del agua trasvasada, no es difícil imaginar que, cuando se produzca, el retorno definitivo del Ter decepcione a los que esperan que ese sea el fin de los problemas de agua en el Bajo Ter.