Las estaciones depuradoras de aguas residuales han mejorado notablemente la calidad del agua en todo el mundo, ya que, según los procedimientos de las normativas medioambientales, se ha reducido considerablemente la cantidad de contaminantes que llegan a los ecosistemas acuáticos. En cualquier caso, lamentablemente, los efluentes que se vierten a través de las depuradoras, pese a estar tratados, siguen siendo un complejo cóctel de contaminantes, nutrientes y patógenos, cuyos efectos ambientales pueden pasar desapercibidos, ocultos por otros factores. Las depuradoras más avanzadas aplican tratamientos adicionales para reducir los nutrientes, la materia orgánica y los metales contenidos en las aguas sucias, y estos efluentes, a pesar de ser vertidos muy diluidos, pueden tener efectos leves si se mantienen durante mucho tiempo.
“Para estudiar adecuadamente los efectos de estas depuradoras diseñamos un experimento innovador que nos permitió manipular todo el ecosistema y que duró varios años”, explica Ioar de Guzmán, investigador del grupo de Ecología Fluvial de la UPV/EHU. En primer lugar, se midieron durante un año varias variables en dos tramos seleccionados en un arroyo sin contaminación, para ver la diferencia entre estos tramos: “Así sabíamos cómo cambiaban estas variables del arroyo en función del tiempo y el lugar”, precisa. Posteriormente, las aguas bien tratadas y muy diluidas procedentes de una depuradora fueron desviadas a uno de estos tramos, el de más aguas abajo, e “hicimos mediciones durante otro año en ambos tramos, para ver los cambios que producían estos vertidos en la diversidad del arroyo y en la red trófica (grupo de organismos organizados por relaciones alimentarias) y en el funcionamiento del ecosistema”.
Cambios significativos en el ecosistema
El estudio ha demostrado que las aguas residuales tratadas pueden tener efectos significativos en el ecosistema y afectar a la estructura y funcionamiento de las comunidades de los arroyos incluso si se vierten a niveles de dilución muy elevados. Aunque se observó que la toxicidad del efluente era baja, “en general, se redujo la diversidad de invertebrados y las comunidades se volvieron más heterogéneas; aumentó la cantidad de algas y la herbivoría (o tendencia a alimentarse de plantas) —explica la investigadora—. Aunque las aguas de efluente están tratadas, llegan al arroyo determinados nutrientes que pueden ayudar a potenciar las algas y la materia orgánica, pero a su vez los contaminantes pueden provocar la desaparición de invertebrados sensibles y su sustitución por otros más resistentes”.
Se constata, por tanto, que los procedimientos más avanzados que actualmente se utilizan para el tratamiento de las aguas residuales continúan afectando a los ecosistemas de agua dulce, y que la conservación de las redes tróficas de agua requiere intensificar los esfuerzos en el tratamiento de las aguas contaminadas: “Creemos que ajustándose a los límites marcados por la legislación se difuminan los problemas, pero aún se generan impactos; debemos tener en cuenta que para una conservación óptima de las redes tróficas de los arroyos, estos tratamientos deben ser aún más exigentes”, concluye la investigadora del grupo de Ecología Fluvial.