Entre uno y dos tercios del agua dulce mundial se genera en zonas de montaña. Esta agua no sólo abastece a millones de personas en todo el mundo, además es fundamental para los ecosistemas presentes en estas regiones.
En la mayoría de ellas, la nieve posee un carácter estacional. Es decir, las bajas temperaturas durante finales de otoño e invierno hacen que las precipitaciones ocurran en forma de nieve, que se acumula en la superficie terrestre hasta primavera o verano, cuando las condiciones meteorológicas cambian y desencadenan la fusión.
El cambio climático está modificando el comportamiento de la precipitación y la temperatura a escala global y, consecuentemente, la ocurrencia de nevadas, la duración de la temporada de nieve, el volumen de nieve acumulada y su distribución.
Sin embargo, ¿unas temperaturas mayores implicarían menos nieve? ¿Son los cambios en los patrones de precipitación los causantes del menor espesor de la nieve y, por tanto, del menor volumen de agua en los ríos?
Los mecanismos que condicionan la precipitación en forma de nieve, su acumulación, posterior fusión y su viaje hasta los ríos son complejos. Por eso su estudio es clave en la gestión actual y futura de los recursos hídricos.
Una temporada de nieve más corta
Existe consenso en la comunidad científica en relación a que el calentamiento global está adelantando la fusión de la nieve. Un estudio reciente ha mostrado que, en los últimos 20 años, el 78 % de las zonas de montaña a escala global están experimentando una disminución en la superficie de nieve.
Este cambio se debe a un acortamiento en la temporada de nieve, con un retraso en su acumulación y una fusión más temprana. Varios son los mecanismos que favorecen dicho comportamiento, pudiendo estos ocurrir o no de manera simultánea:
Mayor evaporación desde la capa de nieve. La capa de nieve, al igual que el agua de un lago o un embalse, se evapora. Un aumento de las temperaturas incrementaría esta evaporación. Del mismo modo, un menor número de días con nubes durante el invierno haría que la radiación solar que llega a la capa de nieve aumentase, y con ella la evaporación.
Aumento del número de días de lluvia sobre la capa de nieve. Un aumento de la temperatura durante el invierno haría que algunas de las precipitaciones que podrían ocurrir en forma de nieve lo hicieran en forma de lluvia. Esto, además de no aumentar el espesor de la nieve, favorecería una fusión más rápida.
Aparición de varios ciclos de nieve a lo largo de un año. El cambio en los patrones de precipitación y temperatura favorecería que la capa de nieve, en vez de concentrarse en un único ciclo desde el comienzo del invierno hasta el final de la primavera, pudiese distribuirse en varios periodos más cortos de acumulación y fusión, con implicaciones directas en el momento de aporte de agua a los ríos.
Implicaciones para el caudal en los ríos
Los ríos alimentados por agua de fusión tienen normalmente una crecida de caudal en primavera asociada al deshielo. Por tanto, si la fusión de nieve ocurriese antes, esta crecida de caudal también se anticiparía. Se ha observado, por ejemplo, un adelanto de hasta cuatro semanas en las crecidas del caudal primaveral en las cuencas de montaña del oeste de Norteamérica.
Sin embargo, la relación entre este adelanto de la fusión y los posibles cambios en el volumen anual de caudal en los ríos no son claros y están altamente influidos por la localización geográfica, la latitud, la cota y los patrones locales de precipitación y temperatura.
Si bien en algunas zonas del planeta se ha observado una reducción de la cantidad de nieve acumulada y, como consecuencia, una disminución en el caudal de los ríos en primavera y verano, no se trata de una tendencia generalizada a escala global.
Las montañas mediterráneas: un laboratorio para entender los cambios
Las montañas mediterráneas son generalmente cordilleras aisladas en las que se combina un clima semiárido en sus cotas bajas con un clima alpino en sus cotas altas. Esto hace que las características de la nieve presente en sus cumbres sean muy particulares.
Esta capa de nieve normalmente se desarrolla entre finales de otoño y mediados de primavera, posee poco espesor, mucha evaporación y varios ciclos a lo largo del año. Por tanto, las montañas mediterráneas pueden ser vistas como laboratorios naturales donde estudiar ahora posibles cambios que otras zonas de montaña, a mayores latitudes, podrían experimentar en un futuro.
Sierra Nevada es un claro ejemplo de ello. Las tendencias analizadas en las últimas seis décadas apuntan hacia una concentración de los eventos de precipitación en forma de nieve, con una disminución significativa en el número de días en los que nieva, pero no en el volumen anual. Es decir, aumenta su carácter torrencial, con volúmenes similares de nieve en menos nevadas.
Sin embargo, los impactos en el caudal de los ríos no son tan claros, ya que están condicionados por la alta variabilidad en cuándo se producen estas nevadas y en sus patrones de fusión y evaporación.
Dada la importancia social y ambiental del agua de fusión, es necesario seguir ahondando en el impacto del cambio climático en la capa de nieve, tanto a escala global como local.
Rafael Pimentel Leiva, Profesor contratado doctor de Ingeniería Hidráulica, Universidad de Córdoba
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.