En el 2017, la profesora Jeanette E. Sherbondy publicó el libro Agua, Riego y Árboles: Ancestros y Poder en el Cuzco de los Incas, que llamó la atención del ambiente académico peruano, al abordar investigaciones de temas poco tratados respecto al imperio de los Incas, y particularmente desde una óptica del agua, como elemento inspirador de la cosmovisión andina, y de suma ascendencia e incidencia en el poder y la sociedad andina fundada por Manco Cápac en Perú.
La Dra. Nicole Bernex, presidenta de la Sociedad Geográfica de Lima, en la presentación de esta obra, destacó la valía de los estudios cuyos “aportes son invalorables en un momento donde la variabilidad climática y el cambio climático conjugados con la vulnerabilidad socio-cultural y política aumentan la severidad de los eventos extremos (…) y abre horizontes nuevos para reforzar la cultura del agua, consolidar los procesos de gobernanza y de institucionalidad y des-construir los conflictos locales en torno al uso del agua.”
Lo que me ha llamado la atención de estos siete estudios recopilados de Sherbondy son las páginas 89, 90 y 91, tituladas El Agua: Ideología y Poder de los Incas, donde la científica estadounidense concluye que “el agua era el elemento más importante de la cosmología incaica. Era el principio dinámico que explicaba el movimiento, la circulación y las fuerzas del cambio. Por eso el agua se veía como la esencia de la vida misma. Esta ideología básica del agua era el fundamento de las teorías incas de los orígenes de los pueblos y de los derechos tradicionales a las aguas y a las tierras que informaban las estructuras políticas y económicas del estado.”
Sherbondy para llegar a esta conclusión efectuó un estudio con un método y una visión muy particular, que la distinguió de muchas investigaciones realizadas en el Cusco. Al haber poca información arqueológica del imperio inca, recurrió en investigar los alrededores del Cusco, en su valle, ubicando redes de canales, acequias antiguas, piedras grabadas, estructuras arqueológicas asociadas; y además recurrió a las fuentes históricas: “crónicas publicadas y documentos legales de títulos, amparos y poseciones de tierras, reglamentos de agua, pleitos sobre tierras y aguas, y los cuadernos del Cabildo del Cusco”, destacando ―entre otras obras― ‘La suma y narración de los Incas’, de Juan Betanzos (1555), conocedor del quechua, el idioma de los incas (a diferencia de otros cronistas españoles, que escribieron en su idioma natal). Betanzos casó con una princesa incaica: una hermana del último inca Atahualpa.
Recurro a sus propias palabras, para la correcta interpretación y entendimiento del lector. Este capítulo inicia así: “Una cosmología es el marco teórico que permite a un pueblo el ordenamiento de las fuerzas naturales y sociales del universo, lo cual facilita su manejo por los miembros de la sociedad. La circulación del agua era el principio dinámico que explicaba el movimiento y las fuerzas del cambio. Si se hiciera un modelo geométrico del cosmos andino, sería un espacio englobado y curvado. El espacio horizontal se basó en una división cuatripartita, las cuatro direcciones cardinales, medidas por el movimiento del sol respecto de la tierra. El espacio vertical se distribuye a través de un eje con que se mide el espacio de arriba y el espacio de abajo. El centro es el punto de intersección de estas tres dimensiones. El centro es “chaupi” en quechua ―donde por lo menos dos extremos se juntan y se transforman en otra cosa.
Además, «abajo» es también «adentro», lo cual requiere que las cuatro direcciones cardinales se curven hacia abajo para reunirse dentro del medio de la tierra. La parte inferior del universo es un mar cósmico. Su superficie es visible donde rodea la tierra. Estas aguas se profundizan hacia abajo y haca el centro donde ascienden con un movimiento vertical hacia arriba. Estas aguas salen a la superficie de la tierra en forma de manantiales, lagos, ríos y riachuelos.
El universo se originó en este mar cuando todo era el mar, la unión de todas las aguas. Este concepto es «pachacuti». Los Incas creían que todo se originó en el lago Titicaca, que se encuentra entre el Perú y Bolivia, a unos 3.700 m sobre el nivel del mar, el lago más grande de los Andes y por ende la manifestación más grande del mar cósmico en la sierra andina. Allí se crearon el sol, la luna y las estrellas. Esto estableció la separación de la tierra y del mar. Las aguas siguieron un movimiento centrifugal, empujando del centro de la tierra hacia afuera en la forma de ríos subterráneos que afloraban como manantiales y luego las aguas fluían hacia el mar otra vez en la forma de riachuelos y ríos. Los lagos, ríos y el océano que se formaron así se unificaron bajo el concepto de «Mama Qocha», la madre de estas aguas. La unión de todas las aguas o «pachacuti» es el concepto que inicia este ciclo hidráulico. El lago Titicaca se conecta al mar circundante por medio del eje vertical que se conceptualiza como un gran océano o lago por debajo y dentro de la tierra. El movimiento centripetal desde la superficie de la tierra devuelve las aguas de los ríos y acequias al mar que está debajo y dentro de la tierra. Esta cosmovisión es un sistema cerrado sin ninguna orientación absoluta. Precisa de un punto de vista, un centro, para poder definir la distinción entre «afuera» y «adentro», entre «arriba» y «abajo». Los Incas y la civilización anterior, los Tiahuanacu, escogieron conscientemente el lago Titicaca como el centro de todos los orígenes. Se definió como el punto de referencia primordial.
Los Incas también reconocieron el ciclo de evaporación-precipitación. Para explicar este fenómeno, conceptualizaron a la Vía Lactea como un río celestial, el «Mayu», que fluía desde el mar cósmico al cielo como una banda o faja, o quizás, dos. La constelación de la Llama, dentro del Mayu o Río (que es una constelación negra, cuyos ojos son Alpha y Beta Centauri), toma el agua de los manantiales, lo cual contribuye al equilibrio cósmico, porque evita otra unión de todas las aguas o «pachacuti». La Llama desciende al horizonte y desaparece durante la estación seca y reaparece en el horizonte durante la estación lluviosa. El Arco Iris también chupaba el agua de la tierra en un circuito más reducido y el agua volvía a la tierra en forma de lluvia, acompañada del trueno y del relámpago, un solo concepto llamado «chuqui Illapa». Las nubes almacenaban el agua, pero también otras formas dañinas, como el granizo y el hielo, que arrojaba un felino celestial. El movimento en este universo también se conceptualizó como el Amaru, la serpiente que revuelve en las aguas turbulentas, llenas del sedimento de lodo de los ríos crecidos o avenidas. Este concepto une lo de «adentro» y «abajo» con lo de «arriba» también, porque se asocia con los ríos subterráneos y con unos fenómenos celestiales que los españoles tradujeron como «dragones», los cuales serían, tal vez, movimientos de cometas u otros fenómenos astrales. También el Amaru se asocia con el campesino, el agricultor”.
Esta es una interesante teoría, que plantea que los incas interpretaron el mundo, desde el eje unificador como es el agua. Y, hoy, este recurso con los demás elementos de la naturaleza, está seriamente amenazado por la actividad antrópica y el cambio climático, lo que amerita recurrir a la memoria socioecológica, especialmente relacionada a la civilización inca.