La torrentada dejó 13 víctimas mortales y causó daños económicos estimados en 91 millones de euros, convirtiéndose en la avenida más devastadora, en términos de pérdida de vidas humanas, ocurrida en España en la última década.
Un equipo de investigadores analizamos en un estudio las condiciones que dieron lugar a la catástrofe.
Un fenómeno meteorológico complejo
Las condiciones atmosféricas de la tarde del 9 de octubre de 2018 propiciaron la formación de un tren de tormentas sobre el Mediterráneo occidental que se desplazó de sur a norte, descargando ingentes precipitaciones en el noreste de Mallorca.
La orografía, con relieves que desde el nivel del mar alcanzan los 400 metros en apenas una decena de kilómetros, favoreció la acumulación de precipitación en la cabecera del torrente.
Desafortunadamente, la naturaleza convectiva y de pequeña escala de este tipo de tormentas complicó su predicción. Ningún modelo meteorológico anticipó que se registrarían precipitaciones de más de 50 litros por metro cuadrado, mientras que en las montañas de Artà se contabilizaron casi 400 litros en solo seis horas (un volumen equivalente al que se registra en todo un año en Manacor).
La Agencia Estatal de Meteorología emitiría una alerta roja escasos minutos antes de que el torrente se desbordase a su paso por Sant Llorenç, pero fue demasiado tarde para mitigar el riesgo y reducir las pérdidas.
La extrema vulnerabilidad de la cuenca
La cuenca de drenaje del torrent de Ses Planes posee unas características que aumentan su peligrosidad durante eventos de precipitación extrema: pequeño tamaño (24 kilómetros cuadrados), una configuración en forma de embudo, pendientes elevadas (18 % de media) y una escasa cobertura vegetal, incapaz de amortiguar el impacto de eventos de precipitación extrema.
Las intensas lluvias registradas durante el episodio del 9 de octubre de 2018 superaron la capacidad de infiltración del suelo, haciendo que el agua descendiera rápidamente por las laderas hacia el cauce, alcanzando velocidades de hasta 4 metros por segundo.
Sin embargo, a pesar de que las condiciones naturales desencadenaron la súbita avenida, fueron los factores asociados a la presencia y las actividades humanas los que transformaron el evento extremo en una catástrofe.
Consecuencias de la presencia y gestión humana
La localización del casco urbano de Sant Llorenç en la llanura de inundación del torrente hizo que el nivel del agua al desbordarse alcanzase los tres metros de altura en el interior de numerosas viviendas.
La canalización artificial del torrente, junto con la presencia de siete puentes atravesándolo, incrementaron la velocidad del agua hasta los 7 metros por segundo, por el descenso del rozamiento y el “efecto tapón” que ejercieron los puentes, que retuvieron gran cantidad de troncos, ramas y otros restos.
Estas circunstancias provocaron que el poder destructivo de la avenida fuese devastador: la fuerza del agua movilizó más de 5 000 toneladas de piedras y bloques (el peso equivalente al de 200 camiones de 3 ejes cargados al máximo) que, mayoritariamente, fueron depositados en un meandro del torrente dos kilómetros aguas arriba de Sant Llorenç.
Esta sedimentación, de haberse producido en el interior de la población, hubiese incrementado considerablemente la relación de víctimas y los daños producidos.
Lecciones aprendidas
La torrentada de octubre de 2018 subraya la necesidad de respetar el espacio natural que los cursos de agua requieren. Aunque estos fenómenos son excepcionales, forman parte del funcionamiento normal de los torrentes mediterráneos, ríos no perennes con un régimen de caudales temporal.
Para prevenir desastres similares, es crucial que el agua tenga suficiente espacio para circular sin obstáculos y minimizar la presencia humana cerca de los cauces durante las avenidas.
Asimismo, las Administraciones deben tener en cuenta el riesgo asociado a la construcción de edificaciones en zonas inundables. Muchas áreas afectadas en Sant Llorenç estaban catalogadas como “frecuentemente inundables” (de acuerdo al Sistema Nacional de Cartografía de Zonas Inundables), lo que resalta la importancia de una planificación urbana responsable y consciente, acorde con la catalogación de las áreas como inundables.
Además, es esencial mejorar los modelos de predicción meteorológica a escalas locales. En los casos de tormentas convectivas dispersas, estos sistemas se han mostrado poco eficaces a la hora de predecir la magnitud y localización del evento, lo cual imposibilita la activación de alertas adecuadas con la anticipación necesaria.
Solo a través de un enfoque integral que contemple tanto la gestión del territorio como la mejora de las capacidades de predicción, podremos reducir el riesgo y las pérdidas asociadas a estos fenómenos hidrometeorológicos extremos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.