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Naturaleza y Medio Ambiente (y2)

  • Naturaleza y Medio Ambiente (y2)

En España, el medio natural, es decir la naturaleza no transformada por el hombre, apenas existe. No es una excepción, sino la tónica general de toda Europa, territorio ampliamente modificado ya sea por la ocupación, la actividad humana en tiempo de paz o por las innumerables guerras que lo han asolado.

Lo que tenemos es una visión ideal del espacio natural que se parece más a la jardinería a la inglesa que a un mundo no intervenido. No sólo es paisaje, también falta la fauna: nuestros rivales por el alimento, ya sean predadores, insectos o granívoros y, en definitiva, todo aquello que emociona a los amantes de aventura en sus viajes a confines remotos.

Y es que la especie humana es tecnológica. El desarrollo ha venido de la mano de la superación de limitaciones para acceder a abrigo, alimento, seguridad o agua, siempre acompañados del deseo de conocer y dominar la incertidumbre. Cada progreso técnico, cada conocimiento científico, han permitido pasos en ese sentido al precio de modificar la naturaleza. O como dice la Biblia, de dominar la tierra. Las artes técnicas orientadas a resolver problemas prácticos han dado lugar a los artesanos, y las artes creativas orientadas al misterio, a los artistas.

De modo que puede afirmarse que humanismo y artificio (literalmente, hecho con arte) son sinónimos que inevitablemente han modificado la naturaleza previa a la existencia de la especie humana. La naturaleza que queremos conservar está ya modificada por la presencia y la actividad humana, sea agrícola, forestal o ganadera. Hasta el momento, la operación ha sido un éxito. La especie humana se ha multiplicado hasta donde estamos. El futuro es otra cosa.

Las polémicas sobre la compatibilidad entre la agricultura y la conservación ambiental tienen ese trasfondo. Los agricultores han sido los últimos en subir al carro del progreso y la seguridad. Sus instrumentos han sido el regadío, la tecnología agraria, los agroquímicos y las subvenciones. Paradójicamente, se declaran protectores del medio ambiente a la vez que rechazan las normas de protección ambiental que se les imponen. ¿Cómo conciliar esos contrarios?

No cabe duda de que en una sociedad interdependiente nadie puede imponer criterios unilaterales. La Europa verde nació de la necesidad de impulsar la autosuficiencia alimentaria en la postguerra mundial y de ahí la intensidad con que los presupuestos comunitarios financiaron la Europa Verde. De ahí también el intenso deseo de nuestros agricultores de homologar sus exportaciones y sus ingresos a los del resto de la Comunidad Económica Europea, que se realizó en 1986.

Resulta que ni España ni Europa son autosuficientes. Dependemos de importaciones extracomunitarias, en especial para la alimentación del ganado, pero también importamos para la alimentación humana directa. Y claro, las normas de protección ambiental de terceros países no son las mismas, ni tampoco los costes de personal.

Así que hay que conciliar los criterios comunitarios internos con los del mercado. Todo eso no tiene que ver con la naturaleza sino con la renta de nuestros agricultores. Y más allá de la visión urbana de una naturaleza idealizada, afecta directamente a los usos y conservación de los territorios no urbanos, es decir aquellos que, desde la ciudad, se llaman rústicos y para los que se proponen figuras de protección más o menos intensas.

Todo ello afecta a las reservas de agua en especial en el levante y el sur. Desde la evapotranspiración de los bosques, que en las zonas mediterráneas se lleva el 80 o el 90% de la pluviometría, a la forma más o menos tecnificada de nuestros regadíos, que en muchos casos usan más agua de la que necesitan para asegurar las cosechas.

Tenemos una visión urbana de lo que se entiende por conservación ambiental. Esa visión se confronta con las reivindicaciones de los agricultores. Quizá sea discutible la visión urbana, pero de momento no tenemos otra: hay que aprender a gestionar la complejidad del mundo, ciertamente, y sería muy útil conocer propuestas alternativas que compatibilicen formas de producción agraria con el debido respeto ambiental que garantice un mundo vivible para nuestros nietos.

Partha Dasgupta[1] ha desarrollado su trabajo en la intersección entre economía y Medio Ambiente. Su reflexión sintética apunta a que quizá no sea posible el crecimiento y la protección simultánea del medio ambiente. En plena evidencia del cambio climático, el mayor de los últimos 100.000 años, es decir el mayor que ha vivido la especie humana desde que existe, es urgente un planteamiento por elevación que remueva las bases del debate ambiental, asuma las contradicciones y busque un encaje de sensibilidades e intereses en un marco que asegure un futuro a nuestros hijos.

 

[1] El Economista. Premio BBVA Fronteras del conocimiento.