La disponibilidad de agua se ha basado en la localización de fuentes, el almacenamiento del líquido y su transporte y distribución.
Los romanos y los árabes fueron maestros de los que todavía aprovechamos sus lecciones. El diseño de canales y acueductos no sólo permitió el transporte de agua hasta zonas lejanas salvando accidentes geográficos, sino que nos enseñó a aprovechar la mínima pendiente para irrigar la máxima superficie agrícola.
Esos canales funcionaban por gravedad y, en general, eran abiertos. La tecnología para canalizar y entubar el agua se ha desarrollado en plena época industrial y ha permitido reducir los riesgos de pérdidas por infiltración o por intrusiones.
A su vez, el entubamiento permitió la presurización del flujo, lo cual fue esencial para la distribución del agua en los entornos urbanos e industriales. También fue esencial para introducir la medición del volumen consumido, primero mediante aforos y posteriormente mediante contadores volumétricos.
No obstante, la presurización comporta el riesgo de pérdidas si las uniones de los tubos son defectuosas, presentan grietas a causa de los asentamientos del terreno. Es decir, la mayor eficiencia de las redes presurizadas viene condicionada por una mayor exigencia en las condiciones de su construcción y mantenimiento para evitar las pérdidas de agua.
Esa exigencia no siempre se ha observado en nuestras ciudades. Hemos vivido décadas de crecimiento urbano con escaso control en la calidad de la obra y con escasa atención a su mantenimiento. Lo importante ha sido tener agua. Es ahora cuando se valora la atención a las pérdidas, ya que el agua escasea en muchas zonas y se hace evidente la necesidad de optimizar su uso.
Sin embargo, el estándar urbano es el de una red presurizada que, mediante la instalación de contadores, permite la monitorización del flujo del agua: la que entra en la red de distribución, la que consume cada abonado y, por diferencia, la que no se aprovecha, es decir, las pérdidas. La sectorización, a su vez, permite identificar consumos y averías de forma más localizada y regular las presiones donde sea necesario para optimizar el rendimiento de la red. Eso es especialmente importante en situaciones excepcionales como la que vivimos en Catalunya por la falta de agua.
La modernización de las redes urbanas tiene, a partir de aquí, la posibilidad de dar un salto adelante: la digitalización. Así es posible la monitorización continua de sus variables fundamentales -flujos, presión, calidad, consumos, etc. Y la toma instantánea de decisiones en determinados supuestos.
Cuando se habla de digitalización de redes es inevitable pensar que, en el camino del uso eficiente del agua, esa es materia de tercer curso, pues el primero es la canalización cerrada, es decir, el entubamiento, y el segundo la presurización. El recorrido de esos cursos depende de la disponibilidad del “estudiante” a entrar en el camino de la modernización, guardando, eso sí, el debido respeto a nuestros abuelos romanos y árabes.
En esa graduación, cuya meta es el uso eficiente del agua por parte de todos, me parece esencial que nuestras autoridades hidráulicas diseñen un programa completo que estimule a todos los usuarios sin comparar los que están en distintas fases del recorrido a seguir.
Con ser muy grande, la diversidad de las redes urbanas es inferior a la de las redes de regadío. En ellas hay usuarios que mantienen sistemas análogos a los del siglo XIX. Esos deberían plantearse un cursillo rápido para entrar en el siglo XX. Otros se quedaron en el XX y ahora tratan de entrar en el XXI. Otros ya están en él. Cada uno debe mejorar en relación a su estado actual sin comparar peras con limones y solo debe reservarse el suspenso a aquellos que se resisten a entrar en ese camino insolidario y siguen pensando que el agua es suya y nadie debe decirles cómo deben usarla.
El PERTE de digitalización de redes estará sólo al alcance de los que ya han recorrido un camino previo. No tiene sentido proponer la digitalización a los que se sirven de agua en canales abiertos, ni comparar el uso de agua en esos canales con las pérdidas en redes presurizadas. Parecería lógico disponer de un programa de estímulos progresivo que permita un avance global en uso eficiente de agua. Las principales causas del uso ineficiente están en los alumnos rezagados y a esos, no podrán aprovechar la coyuntura, aunque quizá les sirva para darse cuenta del gran desfase en el que se encuentran.
En algunos casos será posible aunar etapas, en otros, quizá no. Lo único inadmisible en ese recorrido, y en consecuencia penalizable, sería la negativa a mejorar. Sea como sea, sólo se puede ayudar al que lo desea y lo demuestra poniendo de su parte. Esa es una cuestión universal que inevitablemente encontrará su expresión en las progresivas carencias de agua que observaremos en el futuro.