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Llegaron las lluvias

  • Llegaron lluvias

Con el fin del verano va llegando el agua. A estas alturas ya está claro que eso no asegura el fin de la carestía. El mar está muy caliente y las descargas suelen ser irregulares e intensas. Todo lo contrario de lo que se necesita. La lluvia que resuelve, la que fertiliza y enriquece la tierra, cae con suavidad y persistencia. También es esa la lluvia que recarga los acuíferos. La lluvia que llena los embalses, cae aguas arriba, en las montañas, no en la línea de la costa, como esos aprendices de huracán que nos visitan, tantas veces, en la misma costa. A la nieve -año de nieves, año de bienes- cada vez se la espera menos para llenar esos embalses reguladores que son -que eran- las cumbres montañosas.

Que caigan centenares de litros en pocos minutos es más problemático que garantía de disponibilidad. Lo hemos visto en La Mancha, en el sur de Cataluña, en Valencia. En el norte y el oeste, la lluvia va siendo abundante. En el norte de Cataluña seguimos confiados al agua del cielo y esperando que, si cae, caiga con moderación.

Probablemente lloverá. Es lo propio de otoño y así parecen ser las predicciones a medio plazo. Lo que va a quedar es una memoria colectiva de lo ocurrido y algunas decisiones que, aun habiendo sido tomadas con precipitación, ya no tienen marcha atrás. La construcción de desaladoras y el plan de aprovechamiento de aguas regeneradas en las cuencas internas de Cataluña han venido para quedarse.

Las desaladoras han superado el reparo del consumo energético que se exhibió hasta hace bien poco como pretexto para no construirlas. La regeneración ha superado el reparo público del origen del agua, pues es agua residual depurada y eso repugnaba al imaginario colectivo, no sólo del usuario urbano sino del agricultor. La necesidad ha impuesto la lógica de que la peor agua es la que no se tiene. Como ya he explicado en otras ocasiones, el agua es un producto industrial[1] y que las limitaciones al uso no dependen del origen del agua, sino de su calidad después de recibir el tratamiento necesario.

Más allá del reparo del origen o el del consumo energético está el reparo del coste. Sin duda, el coste del agua debe ser el menor posible. Y la realidad nos muestra la paradoja de que, siendo el valor del agua superior al coste, el precio que se paga es inferior a ese coste[2] pues recibe numerosas ayudas públicas. El ciclo natural del agua tiene la ventaja de que la energía necesaria para su depuración y elevación es gratuita. Ahora será inevitable trasladar los nuevos costes a las tarifas.

La necesidad ha impuesto la lógica de que la peor agua es la que no se tiene

Dicho esto, el coste debe gravitar, en principio, sobre el usuario. ¿Cómo explicar que se subvencione el uso de un producto escaso? La nómina de las excepciones debería elaborarse con gran cuidado: hay que asegurar el derecho al agua a quien no la pueda pagar, hay que asegurar algún uso estratégico en la agricultura, y quizá alguna cosa más, no muchas. No puede ser que nuestra política agraria subvencione indiscriminadamente el agua de todo lo que se produce.

Lo esencial es buscar un equilibrio práctico entre los usuarios con derecho al agua. Está clara la prioridad para el abastecimiento. Pero también están claras las tensiones entre los patrones de desembalse requeridos por la gran hidroeléctrica, las centrales nucleares y la agricultura. Aquí también debería existir una pauta económico fiscal que moderará y ordenará esos usos.

Si las lluvias que vienen son abundantes, todo eso puede quedar en saco roto. Quedarán, eso sí, las desaladoras y regeneradoras y un aumento en las tarifas de los usuarios de aguas tratadas. Quedará Doñana tocada de muerte y está por ver la pugna por el Mar Menor.

A esas alturas ya está claro que los intereses económicos condicionan y subordinan la protección ambiental. Estamos lejos de ser un país árido y es bien sabido que mi visión no se refiere a la mera conservación estética de los humedales, sino a su conservación estratégica. Me preocupo por mis hijos, sus compañeros de generación, y las siguientes generaciones.

Si finalmente no se supera la carestía de agua, el debate público continuará. Si llueve como deseamos, quizá todo lo debatido se disuelva como un azucarillo.