Las palabras cambio y clima no parecen apuntar a que el agua, asociada completamente a los procesos físicos y climáticos del planeta, vaya a ser una excepción en los cambios que se plantean para un futuro próximo.
El cambio climático responde a la variación del clima de la Tierra, debido a causas naturales y, especialmente, a la acción del hombre. Existe un consenso científico prácticamente generalizado de que nuestro modo de producción y consumo energético está generando una alteración climática global, que provocará, a su vez, serios impactos tanto sobre la tierra como sobre el sistema socioeconómico.
Como principal efecto se plantea el famoso calentamiento global, debido en especial a las emisiones de gases de efecto invernadero, generados cada vez que pisamos el acelerador de nuestros vehículos, por ejemplo. De esta manera, ya hemos conseguido aumentar la temperatura media del planeta 0.6 ºC durante el último siglo.
Y la tendencia que reflejan los diferentes escenarios propuestos es que siga aumentando. Por ejemplo, si observas la curva de evolución de temperaturas previstas para el siglo XXI según el escenario más desfavorable, el correspondiente a RCP 8.5 que se daría en el caso de seguir y aumentar las emisiones de gases de efecto invernadero, comprobarás un aumento para final de siglo de entre 4 y 6º C en la media global. Pero aunque ese es el caso más desfavorable, el escenario RCP 2.6 que corresponde a una reducción de las emisiones, sigue arrojando resultados de incremento de la temperatura de en torno a 1º en este caso.
Evidentemente, si algo pasa con la temperatura, algo pasará
con el agua del planeta. Cuando la temperatura aumenta, aumenta también la
vaporización de las masas de agua, por lo que el contenido hídrico en la
atmósfera crece. A priori, podría pensarse que si hay mayor contenido de agua
en la atmósfera, lloverá más. Así podría ser durante estaciones
tradicionalmente húmedas, pero también podría acentuarse la escasez de lluvias
en periodos secos. Por ejemplo, en el caso de España se tendría un aumento de
las lluvias en otoño e inverno y una disminución en primera y verano. Lo que
ocurriría se basa en que la mayor temperatura dotaría al sistema climático de
mayor energía y los procesos meteorológicos ocurrirían con mayor rapidez. Por
lo tanto, el primer efecto claro que se puede esperar es la torrencialidad, es
decir, lloverá con mayor intensidad. Pero no por ello lloverá más, sino que el
número de días lluviosos al año disminuirá. Esto es lo que reflejan las
previsiones de la Agencia Estatal de Meteorología en los siguientes gráficos:
Estas predicciones concuerdan con las últimas tendencias del ciclo hidrológico en España. En los últimos 25 años las altas temperaturas han provocado una disminución del 20% del agua que va a parar a los cauces. Lo que las predicciones y las tendencias apuntan es un reflejo de los efectos del cambio climático en cuanto varios factores, entre ellos: una disminución de las precipitaciones y un aumento de la evapotranspiración. Es decir, llueve y lloverá menos, como hemos visto (además lo hará de forma concentrada en el tiempo), y este agua no llegará a las reservas disponibles en cuanto a recarga de acuiferos o aporte a cauces.
Otro problema importante en nuestro país será las acusadas diferencias espaciales, especialmente entre la costa y el interior y entre el norte y el sur. Esto se aprecia bien en las previsiones de AEMET para zonas del sur, por ejemplo Andalucía, y para zonas del norte, como Cantabria. Lo que se saca en claro es que donde actualmente existen problemas de escasez de agua el problema será aun mayor que donde actualmente se tienen unos mayores registros de precipitaciones anuales.
Estamos hablando por tanto de reducciones de hasta el 40% de la precipitación anual en las zonas del sur peninsular, mientras que para zonas de mayor latitud la reducción se quedaría en un límite máximo del 20%.
Por tanto, piensa en todas las actividades humanas en las que requerimos del agua como elemento esencial. Y además, en una combinación de estos escenarios con un aumento previsible de las demandas. ¿Qué podemos hacer? Más que nunca, es esencial apostar por la eficiencia y la gestión sostenible de este recurso como respuesta a los cambios previstos.
Piensa que según las tendencias actuales se estima que en 2030 el 47% de la población mundial vivirá en áreas con grandes problemas de agua. Es preciso elaborar políticas mejores y más eficaces para abordar estos problemas, para tratar de asignar agua a los sitios donde se requiera y gestionar los posibles problemas que las situaciones extremas puedan ocasionar. El sector del agua ya está preparado para afrontar la variabilidad climática e hidrológica, pero los efectos que se avecinan son en parte inciertos. De manera que, tanto desde las políticas y administraciones públicas, pero también desde la vida cotidiana de cada persona es posible luchar contra estos efectos con un uso racional y eficiente del agua, para preservar este recursos que hoy tenemos y mañana quién sabrá.