Hace cinco años, los países adoptaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) están interrelacionados y tienen por objeto reforzarse mutuamente. La Agenda 2030 posiciona el cambio climático (ODS 13) y el agua (ODS 6) como asuntos prioritarios que requieren de acciones inmediatas, dado su carácter clave y transversal.
En este año 2020, la importancia del agua, el saneamiento y la higiene en la de salud gozan de un reconocimiento cada vez más amplio y ello se plasma en las metas del ODS 6 pero, lamentablemente, casi tres mil millones de personas en el mundo no tienen con qué lavarse las manos contra el coronavirus (COVID-19) y muchas otras enfermedades infecciosas. Por tanto, la consecución de este último objetivo es esencial para contribuir al progreso de otros objetivos, principalmente los relativos a la salud y medio ambiente.
Es evidente que el acceso al agua está estrechamente vinculado con los índices de salud. Sin embargo y, debido a los efectos del cambio climático, aumenta la variabilidad del ciclo del agua. Este aumento dificulta la previsión de la disponibilidad de recursos hídricos, disminuye la calidad del agua, agrava aún más su escasez y constituye una amenaza para el desarrollo sostenible en todo el mundo. El cambio climático representa un riesgo emergente considerable para la salud pública y modifica la manera en que se debe afrontar la protección de las poblaciones vulnerables.
En este contexto, cabe mencionar el ejemplo de la gestión del riesgo de inundación en el ámbito de la ingeniería del agua: se considera riesgo de inundación la combinación de la probabilidad de que se produzca aquella y de las posibles consecuencias negativas para la salud humana, el medio ambiente, el patrimonio cultural y la actividad económica, asociadas a dicha inundación. Respecto a los métodos para analizar la vulnerabilidad, se basan en la cuantificación de las consecuencias de la inundación, que suelen estar expresadas en pérdida de vidas o en consecuencias económicas. El entendimiento de ambos factores (probabilidad de ocurrencia y consecuencias) explica por sí mismo cómo el riesgo es un concepto dinámico, dado que los factores que lo integran varían con el tiempo. Se reconoce la componente de “consecuencias” como un factor determinante para avanzar en la evaluación y gestión de los riesgos de un evento, así como de todos aquellos riesgos que en definitiva puedan afectar a los ciudadanos, al medio ambiente y a nuestro propio desarrollo.
La gestión planificada ante la propagación de enfermedades, como el coronavirus, debería basarse en un sistema de indicadores que ayude a la toma de decisiones de forma objetiva, progresiva y planificada
Continuando con la ingeniería del agua, y dado que la sociedad ha venido demandando un incremento en los niveles de seguridad y fiabilidad de las infraestructuras, el diseño, la construcción y operación de presas se han integrado en un marco de gestión de riesgo que permite de forma efectiva mitigar las amenazas naturales y antrópicas. Así, estrategias integradas de gestión de riesgos han ganado mucha importancia en los últimos años y los esfuerzos realizados en su implementación incluyen ya de forma sistemática aspectos como sostenibilidad, resiliencia y participación pública.
En el cálculo de presas se aplica el coeficiente de seguridad contra al deslizamiento exigible por las buenas prácticas o recomendaciones en la aplicación del Reglamento Técnico de Presas y Embalses. A partir de éste y en función de la calidad y cantidad de la información disponible se modifica el coeficiente de seguridad exigible, de manera que a mayor precisión y abundancia éste experimenta una reducción y viceversa, según sea más vaga y escasa el coeficiente se incrementa.
A la vista del ejemplo anterior, puede establecerse un paralelismo entre la propagación de enfermedades y los fenómenos climatológicos extremos. Ambos eventos son ya o van a ser recurrentes y por tanto, las actuaciones a desarrollar en estas situaciones deben estar basadas en la planificación, mediante una “gestión del riesgo” y no en medidas de emergencia como “respuesta a la crisis”. La gestión planificada ante la propagación de enfermedades, como el coronavirus, debería basarse en un sistema de indicadores que ayude a la toma de decisiones de forma objetiva, progresiva y planificada. Las medidas que se adopten deberían ser diseñadas con un “coeficiente de seguridad” que disminuya conforme la información disponible sobre la enfermedad vaya mejorando en calidad y cantidad.
Por otro lado, los factores ambientales controlan la persistencia del virus en el medio ambiente y requieren investigación. Según Alexandria Boehm, profesora de Ingeniería Civil y Ambiental en la Universidad de Standford (California, EEUU), y Krista Wigginton, profesora asociada en la Universidad de Michigan (EEUU), es urgente que los ingenieros y científicos ambientales colaboren para identificar las características virales y ambientales que afectan a la transmisión a través de las superficies, el aire y la materia fecal: "Si surge un nuevo virus y es un riesgo para la salud, no tenemos una buena manera de predecir cómo se comportará en el medioambiente". Por todo ello, las dos investigadoras solicitan que expertos en medicina e ingeniería trabajen juntos y formulen estrategias que no serían posibles de forma independiente.
Ya se habla de la geopolítica del medio ambiente y de los recursos naturales, en concreto de la geopolítica del agua. El coronavirus se podría convertir en un elemento geopolítico ya que los impactos económicos, sociales y sanitarios que de él se derivan pueden alterar el orden global. Es el momento y la oportunidad de cambiar nuestra relación con el medio ambiente.