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Día Mundial del Agua 2024: El agua como desencadenante de conflictos y herramienta de paz

El agua juega un papel dual crítico en la promoción de la paz y el desencadenamiento de conflictos a nivel global. La creciente escasez de agua, impulsada por factores como el crecimiento poblacional, la expansión económica, el cambio climático y la gestión ineficaz de los recursos hídricos, está aumentando las tensiones y los conflictos relacionados con el agua en todo el mundo.

Aaron T. Wolf, profesor de Geografía en la Universidad del Estado de Oregón y profesor de diplomacia del agua en el IHE-Delft Institute for Water Education, asegura que «los procesos necesarios para hacer frente a estas amenazas son aún más difíciles cuando el agua se comparte a través de fronteras políticas, divisiones sectoriales o étnicas, o usuarios que compiten dentro de una cuenca». No obstante, también se reconoce cada vez más el potencial del agua como un instrumento para la paz y la cooperación: «Cada vez hay más conciencia de la historia de la cooperación, de los factores que provocan disputas y de la importancia de las instituciones para la resiliencia política», dijo en una entrevista concedida a iAgua en diciembre de 2022, con motivo de su reconocimiento en los Premios a la Gestión Sostenible del Agua del Observatorio del Agua de la Fundación Botín.

Y es precisamente en ello en lo que se centra el Día Mundial del Agua 2024, que busca este año fomentar la cooperación para equilibrar las necesidades de todos, con el compromiso de garantizar que nadie se quede atrás y hacer del agua un catalizador para un mundo más pacífico bajo el lema «Aprovechar el agua para la paz».

El agua juega un papel dual crítico en la promoción de la paz y el desencadenamiento de conflictos a nivel global

Los conflictos por el agua pueden adoptar distintas formas y seguir vías que impliquen a cualquiera de los componentes constitutivos de la seguridad hídrica, definida por Naciones Unidas como «la capacidad de una población para salvaguardar el acceso sostenible a cantidades adecuadas de agua de calidad aceptable para mantener los medios de subsistencia, el bienestar humano y el desarrollo socioeconómico, para garantizar la protección contra la contaminación transmitida por el agua y los desastres relacionados con el agua, y para preservar los ecosistemas en un clima de paz y estabilidad política». La fragilidad relacionada con el agua puede manifestarse desde conflictos locales entre comunidades por el acceso a humedales, hasta conflictos internacionales entre países enteros por la construcción de una presa.

Si bien la inestabilidad política y los conflictos rara vez son causados ​​por un solo factor, el agua sí que ha sido, en ocasiones, el desencadenante clave de disputas entre comunidades, entre la población y el Estado o entre países; por no mencionar su uso como posible «arma» de guerra y cuando ha sido víctima, propiamente dicha, de ataques.

Conflictos por aguas transfronterizas a nivel mundial

Según el informe ‘Water Conflict Pathways and Peacebuilding Strategies’ de David Michel, para el Instituto de Paz de los Estados Unidos, aunque se han registrado más de cuarenta acciones internacionales hostiles y militarizadas sobre el agua desde la Segunda Guerra Mundial, no hay evidencia de guerras declaradas modernamente sobre el agua.

El Día Mundial del Agua 2024 fomenta la cooperación para equilibrar las necesidades de todos, con el compromiso de garantizar que nadie se quede atrás

Sin embargo, hay que tener en cuenta que, según el ‘Plan de aceleración: Informe de síntesis del Objetivo de Desarrollo Sostenible 6 sobre agua y saneamiento 2023’ de las Naciones Unidas, las aguas transfronterizas representan el 60% de los flujos de agua dulce del mundo, y 153 países tienen territorio dentro de al menos una de las 310 cuencas de ríos y lagos transfronterizos. Esta agua ‘compartida’ ha sido y todavía puede ser un desencadenante de conflictos, tal y como señalaron en un estudio Lucia De Stefano y Aaron T. Wolf, junto a otros investigadores de todo el mundo. Dicho estudio sugiere que el indicador más significativo de las tensiones transfronterizas se da cuando una de las partes, normalmente aguas arriba, quiere construir infraestructuras, sin negociar los impactos con los vecinos aguas abajo.

Según la ONU, más de 3.000 millones de personas en todo el mundo dependen de agua que atraviesa las fronteras nacionales, sin embargo, solo veinticuatro países tienen acuerdos de cooperación para todos los recursos hídricos que comparten. Cuando el agua escasea o está contaminada, o cuando las personas tienen un acceso desigual o nulo, pueden aumentar las tensiones entre comunidades y países.

La situación más común de conflictos por el agua transfronteriza se da cuando esta es el detonante debido a un choque de intereses entre distintos usuarios, o cuando las acciones de una parte hacen que la cantidad y la calidad del agua de la otra disminuyan. El caso más conocido en África es la disputa por las aguas del río Nilo. Egipto, Sudán y Etiopía han tenido conflictos prolongados a lo largo de los años sobre el uso del agua del Nilo que hoy todavía perduran. La construcción de la Gran Presa del Renacimiento etíope es el punto de fricción en la actualidad, ya que los países río abajo, Egipto y Sudán, están preocupados por el impacto en su suministro de agua. De hecho, y a pesar de que en diciembre de 2023, las negociaciones para encontrar una solución técnica y legal que pudiera beneficiar a las tres partes se dieron por terminadas, Etiopía sigue adelante con el proyecto y la mega infraestructura entró en su fase de llenado final en enero de 2024.

Un caso similar se da en Oriente Medio y las aguas compartidas de los ríos Tigris y Éufrates por Turquía, Siria e Irak. Los proyectos de desarrollo del primero, especialmente el Proyecto del Anatolia Suroriental (GAP), iniciado en la década de los setenta, que contempla la construcción de veintidós presas y embalses y diecinueve centrales eléctricas en aguas del Tigris y el Éufrates. Tanto la construcción de infraestructuras como el uso del agua de Turquía, que afecta al flujo de recursos hídricos hacia los otros dos países.

Cabe señalar en esta región la Guerra por el Agua del río Jordán, también conocida como la ‘Batalla por el Agua’, entre 1964 y 1967. Se trata de una serie de conflictos entre Israel y los estados de la Liga Árabe, centrados en el control de los recursos hídricos en la cuenca del río Jordán. Tras la culminación de la finalización del Acueducto Nacional de Israel, que desviaba agua del Mar de Galilea dentro de los límites del Plan Johnston, los estados árabes intentaron implementar un Plan de Desvío que privaría a Israel de una importante cantidad de sus recursos hídricos. Sin embargo, resultó ser técnica y económicamente inviable.

En Asia, el río Mekong fluye a través de China, Myanmar, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam. La gestión compartida de sus recursos y la explotación energética de sus aguas a través de la construcción de hidroeléctricas, han provocado tensiones y desacuerdos. Si bien en 1995 se creó la Comisión del Río Mekong —integrada solo por Laos, Camboya, Tailandia y Vietnam— para regular las tensiones diplomáticas, las conversaciones no dieron sus frutos. China, por su parte, creó en 2016 la Cooperación Lancang-Mekong (CLM). Esta división refleja que el Mekong tiene todos los ingredientes para ser foco de tensión regional del que depende el futuro del Sudeste Asiático.

En Asia Central, el conflicto por el agua surge de la compleja interacción entre herencia geopolítica, desafíos ambientales y necesidades divergentes de los países de la región, principalmente Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. La tensión entre estos países se debe a la gestión de los recursos hídricos de las cuencas de los ríos Amu Darya y Syr Darya que, tras la desintegración en 1991 del sistema de intercambio de recursos que la Unión Soviética impuso en la región, ha sido imposible llegar a ningún acuerdo sólido que beneficie a los cinco países implicados.

Según la ONU, más de 3.000 millones de personas en todo el mundo dependen de agua que atraviesa las fronteras nacionales

En América Latina, Costa Rica y Nicaragua comparten la mayor cuenca hidrográfica de América Central, que es la del río San Juan. Durante más de dos siglos, ambos países han chocado diplomáticamente por la delimitación de la frontera fluvial, los derechos de navegación y la protección ambiental. En 2010, Nicaragua desembarcó soldados y equipos de construcción en las orillas opuestas del río San Juan en una incursión militar para dragar el cauce, lo que provocó una nueva disputa con Costa Rica que duró hasta 2015. Ese año, la Corte Internacional de Justicia de La Haya emitió una Sentencia con la que efectuó un llamamiento para la cooperación conjunta y continua en la ejecución de sus obligaciones respecto a las aguas del San Juan.

También en esta región, Bolivia y Chile tuvieron una disputa entre 1996 y 2022, con un acuerdo de por medio en 2009 que nunca fue ratificado, sobre las aguas del río Silala. Bolivia argumentaba que las aguas eran desviadas artificialmente hacia Chile, mientras que Chile sostenía que, como río internacional, este fluía naturalmente a través de la frontera. Si bien en 2022, La Haya dio la razón a Chile, autorizó a Bolivia a eliminar canalizaciones artificiales hechas en su territorio para reducir el cauce.

El agua ha sido desencadenante clave de conflictos entre comunidades o entre la población y el Estado y utilizada como «arma» de guerra

Agua, diplomacia y cooperación por la paz

La diplomacia del agua puede contribuir de manera constructiva a la gestión colaborativa del agua disponible, mejorando los recursos y capacidades de gobernanza del agua de las partes en conflicto, promoviendo procesos de toma de decisiones cooperativas e instituciones de políticas inclusivas, y facilitando la resolución pacífica de disputas. En este sentido, existe un reconocimiento creciente de la importancia de la diplomacia del agua, especialmente en el caso de aguas transfronterizas, y las estrategias de construcción de paz para mitigar los riesgos de conflictos relacionados con el recurso hídrico.

Un buen ejemplo de uso compartido es el Tratado de las Aguas del Indo, firmado por India y Pakistán en 1960, tras numerosas disputas entre ambos países y la intervención final del Banco Mundial para llegar a un acuerdo. La cuenca del río Indo es vital para la economía y la agricultura de ambos países, sosteniendo a millones de personas y generando una economía considerable. Así, dicho Tratado regula la distribución del agua del río Indo y sus afluentes, asignando los ríos occidentales (Indo, Jhelum, Chenab) a Pakistán y los ríos orientales (Ravi, Beas, Sutlej) a la India, y otorga a esta el derecho a ciertos usos no consuntivos del agua en los ríos occidentales. No obstante, si bien el Tratado ha sido fundamental para gestionar la distribución del agua, este necesita ser replanteado debido a las consecuencias del cambio climático, que se han cebado especialmente con ambos países.

Otro caso que marcó un hito en la gestión compartida de los recursos hídricos, fue el Tratado de Reparto de Aguas del Ganges firmado entre India y Bangladesh en 1996, y que expira en 2026. Este tratado abrió la puerta a otros acuerdos de cooperación para el reparto de aguas y memorandos de entendimiento sobre en más ríos transfronterizos, como el Kushiyara o el Feni.

En el continente americano, los ríos Colorado y Grande/Bravo, que cruzan la frontera entre Estados Unidos y México, juegan un papel crucial en la gestión del agua entre ambos países, representando dos tercios de la frontera y siendo objeto de acuerdos bilaterales desde el siglo XIX, aunque estuvieron a punto de romperse en octubre de 2020. Sin embargo, en el Acta 323, firmada en septiembre de 2017, se encontraba la adopción de un Plan Binacional de Contingencia ante la escasez de agua en la cuenca del río Colorado, que viene a decir que ambos países han de compartir la escasez de agua. Este plan, vigente en la actualidad y que ha servido para evitar la disputa debido a la fuerte sequía de 2022 y 2023, podría estar en peligro tras las elecciones generales que se celebrarán en ambos países durante 2024.

Desde 1967, la Comisión de la Cuenca del Plata ejerce como un mecanismo clave para reforzar el proceso de integración regional, buscando un crecimiento armónico y equilibrado que beneficie a todas las naciones involucradas, que son Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay.

Finalmente, en Europa, destaca el Convenio de la Albufera, firmado en 1998 por España y Portugal, y que establece un marco para la gestión conjunta de las cuencas hidrográficas compartidas por ambos países, incluyendo las del Miño, Limia, Duero, Tajo y Guadiana. Este acuerdo, que entró en vigor en enero de 2000, responde a la necesidad de coordinar la gestión del agua de manera sostenible y ambientalmente responsable, incluyendo compromisos específicos de caudales mínimos anuales.

A destacar también la existencia, desde 2018, de la Comisión Internacional para la Protección del Río Danubio (ICPDR, por sus siglas en inglés), principal instrumento legal para la cooperación y la gestión de aguas transfronterizas en la cuenca del río Danubio, que comprende diecinueve países.

Los conflictos relacionados con aguas transfronterizas no son el único caso en el que los recursos hídricos han sido motivo disputa

Otros conflictos relacionados con el agua

Los conflictos relacionados con aguas transfronterizas no son el único caso en el que los recursos hídricos han sido motivo disputa. Como ejemplo a nivel local, se recuerda la Guerra del Agua de Cochabamba. En los primeros meses del año 2000, el gobierno boliviano privatizó la empresa municipal de agua. Ante el temor a la expropiación de los sistemas de agua comunales, los residentes y agricultores lanzaron una oleada de huelgas y bloqueos que llevaron al gobierno a declarar el «estado de sitio», antes de devolver finalmente la empresa a la gestión pública.

Por otro lado, la disponibilidad y calidad del agua en la Franja de Gaza ha sido un punto de tensión entre Israel y Palestina dentro de su conflicto mayor. Las restricciones impuestas por Israel y la infraestructura dañada han llevado a una grave crisis del agua en Gaza, siendo un claro ejemplo de cómo el agua puede ser utilizada como un arma como medio para obtener o mantener el control sobre un territorio y la población o como medio para presionar a los grupos adversarios. No hay que olvidar que los ataques contra infraestructuras críticas y civiles, incluidos los sistemas de abastecimiento de agua, suponen graves riesgos para la salud e infringen el derecho internacional humanitario.

Un futuro común

No hay que olvidar que el agua no es solo un recurso que se puede utilizar y por el que se puede competir, es también un derecho humano, intrínseco a todos los aspectos de la vida. Por ello, la ONU promueve el trabajo colaborativo, hoy más que nunca, para situar al agua como fuerza estabilizadora y catalizadora del desarrollo sostenible. Los impactos del cambio climático son cada vez más fuertes y la población no deja de aumentar, dejando un panorama bastante delicado en lo que se refiere a la disponibilidad futura de los recursos hídricos. Esto resalta, todavía más, la necesidad de que los países se unan para proteger y conservar el agua.

El objetivo es no dejar a nadie atrás en lo que respecta al acceso al agua y al saneamiento. Lo que sí hay que dejar atrás es la necesidad de reafirmarse como potencias hegemónicas de la de la regulación del cauce de los ríos, sean transfronterizos o no, y que también desvían la atención de los verdaderos problemas de cada región.