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Inventando un mundo con contenedor de reciclaje del agua y aguatasa

Sobre el blog

Marina Arnaldos Orts
Responsable Área Recursos Hídricos, Producción y Reutilización en Cetaqua, Grupo SUEZ. Desarrollo y Optimización de Procesos, Estrategias y Herramientas para el Tratamiento y Gestión de los Recursos Hídricos.
  • Inventando mundo contenedor reciclaje agua y aguatasa

El otro día, mientras bajaba las cuatro bolsas de basura en las que hoy en día se divide mi contenedor de casa (papel, orgánico, envases y cristal), me planteaba la situación tan radicalmente diferente que existe entre el reciclaje de los residuos sólidos y la del agua. Es motivo de cierta envidia para mí –envidia sana, claro está– el papel tan activo que los ciudadanos estamos dispuestos a adoptar respecto a la reutilización y reciclaje de materiales, algo que claramente no sucede cuando hablamos de agua. En el caso de los residuos sólidos, el ciudadano entiende que tiene que gastar cierto tiempo y esfuerzo en hacer una separación previa de sus residuos para luego depositarlos en puntos especiales de reciclaje. Además, es importante plantearse quién cubre el coste del reciclaje de residuos sólidos. Para la mayoría de residuos sólidos (a excepción de casos como el aluminio), el coste de la recogida selectiva y reciclaje no es cubierto por la venta de materiales reciclados, y por tanto, tiene que existir una aportación económica adicional. Por ejemplo, en el caso de los envases, estos tienen un punto verde que indica que la empresa envasadora del producto ha pagado una cantidad de dinero (al Sistema Integrado de Residuos (SIG), que lo gestiona a través de la empresa sin ánimo de lucro Ecoembes) por el reciclaje de cada envase. Es importante mencionar que parte del dinero que gestiona Ecoembes va destinado a las entidades locales para que éstas cubran los costes de la recogida selectiva de residuos. Pero lo importante es que dicha cantidad de dinero es repercutida al consumidor en última instancia, a través de una “ecotasa” que se incluye en el precio del producto. El razonamiento detrás de esta repercusión del coste sigue el principio de la normativa europea de “quien contamina, paga”. Es decir, cuando el consumidor compra un envase nuevo, incurre en una externalidad negativa al medio ambiente (un coste medioambiental), por lo que tiene que pagar una cantidad –incluida en el precio del producto– para paliar dicho daño; de esta forma, el coste medioambiental se internaliza. Esta cantidad es la que entonces la empresa envasadora paga a SIG, y así es como el sistema de reciclaje de envases se sostiene. Es decir, que el consumidor paga de forma indirecta tanto la recogida selectiva, como el reciclaje de los envases que compra. A grosso modo, y sin entrar demasiado en detalles y excepciones, esta es la forma en la que se gestionan la mayoría de los residuos sólidos. 

Haciendo un ejercicio conceptual, y sin entrar en valoraciones de otra índole, podríamos imaginar cómo sería la reutilización del agua si ésta funcionara igual que el reciclaje de residuos sólidos. Siguiendo el principio de “quien contamina, paga”, podríamos pensar que el consumidor tendría que pagar una “ecotasa” (¿aguatasa?) incluida en el precio del agua, que sería máxima para el caso del agua embotellada, menor para el agua de grifo y cero para el agua reutilizada, para seguir el orden de impacto medioambiental. El dinero que se recogiera de esta “aguatasa” se destinaría a cubrir los costes de recolección, transporte y tratamiento del agua para su reutilización. Además, el papel del ciudadano en el reciclaje del agua sería más activo. Es difícil pensar en cuál sería el equivalente en agua con los contenedores de residuos, pero quizás podríamos pensar en una aplicación en la que los ciudadanos pudieran reportar que tienen un agua que puede ser reutilizada directamente, es decir, sin tratamiento adicional. Por ejemplo, yo podría recoger parte del agua que consumo durante una ducha, o la que recojo en un tanque de agua de lluvia y dársela a una persona de mi edificio que ha decidido empezar un pequeño huerto en su terraza. En realidad, este ejemplo se parece más al caso en el que compramos ropa de segunda mano (también un residuo sólido, por cierto) para darle una segunda vida; no es exactamente el caso de los contenedores, pero implica una involucración activa de los ciudadanos semejante. El caso es que, además, no es una idea tan rara. Una de las Startups seleccionada como las más prometedoras en el Imagine H2O Water Data Challenge de este año ha sido Sourcewater, una plataforma a través de la cual industrias que requieran de agua para sus procesos pueden conocer en tiempo real la disponibilidad de agua no potable que se esté generando cerca de su localización; de esta forma, pueden disminuir los costes de transporte y de adquisición de agua. Además de que esta idea para el caso de las industrias es muy interesante, se podría extender a los ciudadanos de forma que estos puedan participar activamente en la reutilización de agua. Está claro que el impacto a nivel de ahorro de agua global puede ser bajo, pero también es verdad que es una concienciación que podría predisponer al ciudadano a invertir tiempo –y dinero– en evitar un impacto medioambiental (como sucede en el caso de los residuos sólidos).

Y ahora, bajemos a la realidad de la reutilización del agua (¡en algún momento tenía que llegar!). Lo que realmente sucede es que el ciudadano común no comprende –del todo– que el agua de botella, la de grifo y la reutilizada tienen diferentes costes medioambientales, y por tanto, no entiende que tenga que asumir un coste adicional por la misma. Es cierto que estamos ahora mismo considerando que el agua es un bien de consumo, como puede ser un envase, mientras que el acceso al agua es un derecho humano. Pero hay que pensar si 30 minutos de ducha son un derecho humano o no; no se debería pagar agua que es esencialmente un “commodity” a precio de derecho fundamental. Principalmente, porque ese precio no cubre ni el coste de tratar, transportar, descontaminar y finalmente verter esa agua, ni mucho menos el impacto que todo ello implica a nivel medioambiental. Por supuesto, esto es una simplificación de la problemática del agua derivada de una analogía con el caso de los residuos sólidos; hay miles de otros aspectos legislativos, de gestión, y de las características específicas del sector del agua que hay que tener en cuenta a la hora de evaluar de forma precisa la repercusión de los costes de la reutilización. Pero, aun así, creo que la comparación sirve para transmitir un mensaje importante. Un ciudadano involucrado y concienciado de los impactos medioambientales derivados del consumo de diferentes tipos de agua es un ciudadano que potencialmente está más dispuesto a asumir los costes de dichos impactos. Lo que podemos hacer desde el sector del agua para favorecer esta concienciación pública ya es un asunto que tendremos que evaluar todos los agentes que formamos parte del mismo de forma muy cuidadosa. Pero que sirva el ejemplo de los residuos sólidos para darnos cuenta de que sí, otra vida (para nosotros y para el agua) es posible.