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Las tormentas y la literatura

Sobre el blog

María Magdalena Naser Marta Lema
Naturaleza y Literatura:Dos profesoras, de Geografía y de Literatura involucradas con la Educación Ambiental desde un enfoque comprometido, intentado con respeto y con claridad contribuir al pluralismo de voces .
  • tormentas y literatura

Cuando escribimos "Naturaleza y Paisaje de la mano de la Literatura" secuenciamos la relación del hombre y la naturaleza a través de etapas. En cada una de ellas hemos buscado autores que eran representativos de distintos movimientos literarios. Si explicamos el modelo agroexportador que tuvo la Argentina destacamos la figura de Eduardo Wilde. Este escritor hace una representación paisajística en sus relatos y  utiliza una descripción propia del discurso romántico y una perspectiva utilitaria sobre los recursos naturales propia del discurso racionalista. El humor y la ironía también constituyen dos rasgos característicos de los escritores de este período. La figura más representativa del humorismo fue el mencionado Wilde (1844-1913), hombre extravagante y de prosa familiar que sin preocuparle el estilo, dejó pruebas de su originalidad e ingenio en ocurrentes frases. En muchos aspectos es una figura señera entre los escritores argentinos del 80 y sigue siendo para la escasa crítica una paradoja no resuelta, nadie discute que ha sido el más fino humorista de aquella generación, una de las mentes más sensibles y abiertas y uno de los espíritus más universales de su tiempo. Es así que se concede a algunas de sus páginas valor de obra maestra; sin embargo, entre las que se han salvado del olvido figura el texto “LA LLUVIA”, donde podemos descubrir el ingenio y la originalidad del escritor. Aquí vamos a ofrecer un pequeño fragmento para descubrir la importancia del uso de la descripción como técnica de producción, como así también la personificación que permite dar vida a cada uno de los elementos que componen esa lluvia, la metáfora que le permite lograr excepcionales comparaciones e imágenes precisas de todo lo que provoca este fenómeno natural en sus sentimientos:

"Un día no hubo sol, pero en cambio llovió; llovió a torrentes. El patio se llenó pronto de agua y las gotas saltaban formando candeleritos que la corriente arrastraba. Estos millones de existencias fugitivas corrían como si estuvieran apuradas, al son de la música del aguacero, con acompañamiento de truenos y relámpagos. Había en el aire olor a tierra mojada, perfume inimitable que ningún perfumista ha fabricado, y revoloteaban en la atmósfera las luces de cristal de las gotas saltonas, acompañadas por el ruido inmutable, acompasado, monótono, variado, uniforme, caprichoso, metálico y líquido, propio sólo de la lluvia.

Yo habría querido petrificar mis sentidos y que la lluvia continuara eternamente. Allá lejos en el horizonte limitado por cerros rojos o grises que punzaban el cielo con sus picos, el agua caía en hilos paralelos a veces o en torbellino, en polvo cuando el viento arreciaba, en bandas o fajas impetuosas, según los sacudimientos de la atmósfera y precipitándose por las hendiduras y las pendientes, llegaba roncando al río para enturbiar su clara corriente. Las nubes viajaban por los cielos en montones como arrastradas por caballos invisibles, azotados por los relámpagos que cruzaban como látigos de fuego en todas direcciones. El cielo en sus confines semejaba un campo de batalla; el oído estremecido recogía el fragor de la pelea y los ojos seguían el fulgor de los disparos de la gruesa artillería eléctrica. ¡Pobres viajeros con semejante lluvia! Mi imaginación los acompañaba en su camino por los desfiladeros, por los bañados, y los veía recibiendo el agua en las espaldas, con el sombrero metido hasta las orejas y con la inquietud en el alma; ¡aquí atraviesan un río cuya corriente hace perder pie a los caballos, allí cae una carga, más allá se despeña un compañero cuya cabalgadura se espantó del rayo! ¡Pobres navegantes con semejante lluvia! Sobre la cubierta de la nave solitaria que toma un baño de asiento y una ducha al mismo tiempo en el océano, corren los marineros con sus ropas de tela perfumada con brea, a recoger las velas, mientras el capitán se moja las entrañas con ron en su camarote para que todo no sea para el agua. Las puntas de los mástiles convidan centellas, la lona se muestra indócil, la madera cruje y el buque se ladea sobre las ondas como si fuera un sombrero de brigadier puesto sobre la oreja del mar irritado.” […][1].

[1] Wilde, Eduardo: La lluvia y otros relatos, Centro editor de América Latina, 1980.

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